viernes, 5 de julio de 2013

El pixel muerto


En poco tiempo escuché tres veces, en tres lugares diferentes y de tres personas diferentes, aquella frase que mi vieja solía decirme cada tanto “No sólo hay que ser; también hay que parecer”. Y algo de cierto debe tener esa frase, calculo. Te genera preguntas, ¿Qué es entonces lo que hay que ser, qué lo que hay que parecer? La imagen debe reflejar el interior para que uno parezca bastante lo que es, o la imagen debe, por el contrario, limar las ásperas puntas que uno tiene, redondearlas, para que la gente durante un tiempo crea que son suaves praderas en vez de picos oxidados?

Es que es lindo entrenar el ojo al oficio de conocer antes de ver.  Y a medida que uno entrena el ojo, con el paso del tiempo, se va achicando el margen de error. Los errores, hermosos en su mayoría, aparecen cada muerte de Obispo. Y todos sabemos que los Obispos son gente que goza de buena salud. La pegás. Siempre. Y en eso se basa, justamente, lo que hay que parecer; lo menos posible a ese tipo que me mira en el espejo. El ojetivo es lograr que ese tipo que sale a la calle a interactuar con la sociedad sea más parecido a lo que en la misma sociedad encuentra que a lo que sea que uno tenga guardado adentro.

Hay un sistema predeterminado, bastante respetado por tasas de estatura, peso, edad y condición social, del cual uno puede estar total y absolutamente adentro, estar con un pie afuera y el resto adentro, estar en el medio, estar en parte medida, o estar afuera del todo, como cuando uno salta en el tren con los señores y señoras que van a ver cosas como Cradle of Filth. Ahora bien, por qué no pensar que quizás ellos lo tengan más claro? Porque hay mucha gente que quizás no tenga en claro qué le gusta, qué disfruta, dónde se siente cómodo. Quizás se visten de una determinada manera no porque los represente sino porque no se han sentado a analizar si esas cosas les gustan o no, simplemente se unieron a un río que pasa constantemente por la puerta. 
Ese río, bien sabemos, es implacable. Porque arrastra ideas, ideales, música, artes, medios. Arrastra y, ajeno a piedades, moldea a semejanza, corrige, pule, lustra. Para todos los estadíos o clases sociales hay un sistema, y por eso también se nota tanto cuando uno quiere parecer algo que su cara dice a gritos que no es. Es tan grosero que divierte. Por querer pertenecer a una rama pertenece a otra. Y, si existiera algún tipo de clasificación por rangos, seguramente es una peor.
No podemos negar lo que somos. Todo se nota. No importa cuánto uno trate de poner las manos en arenas ajenas, es al pedo, no se ensucia. Se nota. Y mucho. Se nos nota. Mucho. Igual que a los que nunca tratan de parecer nada. Los que son, naturalmente, imagen y reflejo de su interior. También se nota, muy fácil. Y ahí, en ese juego de ser pantallas, créame, es muy molesta la situación, por más que pasa seguido no deja de ser violento. De eso le hablo. De la imagen llamativa, que primero encandila como un fogonazo, pero una vez que uno se repone del mareo del flash y enfoca la vista para ver los detalles, sólo tiene como premio el desengaño.  Pasa que instantáneamente, intuitivamente, la vista se va solita sin que uno pueda hacer nada (porque así ha nacido uno) hacia ahí, derecho, obviando ese mar de belleza, plim, directo al píxel muerto.

Ese píxel. Ese que caga todo.


Fer.

El pixel muerto


El pixel muerto es algo más que una manchita molesta en algún recóndito lugar de la pantalla. El pixel muerto es lo que nos vuelve mortales.  Es lo que nos llama a la realidad de un momento a otro, aparece, ahí está, es innegable, es inexorable. Nos recuerda los errores, los fracasos, los desamores propios y ajenos, los descuidos, las faltas de prudencia y de cuidado, la falta de deberes, nos recuerda todo lo que hicimos mal y lo reafirma, lo recalca... lo hace notorio. Es la foto que nos inculpa hasta las orejas. Nos acusa y nos sentencia al mismo tiempo, nos señala. Nos remarca el error, lo hace sentir, nos lo hace sentir. Es la piedra que mata a Goliat.
Uno va por la vida valorándose un poco más de lo que debería. Va tal vez, creyéndose un poco más inteligente, un poco más flaco, un poco más lindo, un poco más intelectual, un poco menos superficial de lo que verdaderamente es, hay gente que se cree muy mucho más, pero eso ya es patológico, no nos ocupa verdaderamente. En fin, uno va y de golpe aparece algo que nos llama a la realidad. Nos clavan un 2 en un final, no nos entra ese jean tan lindo que vimos en la vidriera, nos dicen que no somos una persona con la cual se pueda construir una familia, babeamos ante una simple pregunta que no sabemos cómo resolver, nos ponemos a ver a Santiago del Moro. Es ahí, justamente ahí, donde el pixel se murió. Es ahí donde la vuelta al estadío anterior se hace casi imposible.
Aprender a vivir con el pixel muerto nos separa, nos aleja de aquellas personas que ante el inminente horror salen corriendo y reparan o sustituyen de forma casi mecánica el aparato defectuoso. Aprender a vivir con el pixel muerto no es una tarea fácil, es recordarnos cada 5 minutos que ahí estamos, siendo mucho menos perfectos de lo que creíamos, brillando mucho menos de los que creíamos brillar. El pixel muerto es el llamador a la realidad, pero a una realidad de la cual debemos hacernos cargo, una realidad que nos reclama, si señores no somos la ultima coca cola del desierto, somos esto, gente que no da mucho más de que actualmente da, que no es tan brillante como cree serlo.
 Gracias a los pixeles muertos que nos recuerda cuan humanos somos, cuan imperfectos somos, y que nos recuerda que la superación es un deber, que un pixel muerto llama otro, y por lo tanto debemos esforzarnos hasta el hartazgo para que la pantalla no se apague, para no quedarnos en la más absoluta oscuridad.


Mariana. 

lunes, 14 de enero de 2013

Lo que le guste, me avisa



Nunca creí y desconfié bastante de la gente que usa la palabra “magia” para describir algún aspecto de su relaciona amorosa…cual es la magia a descubrir? Que le gusta más si el pollo a la parrilla o al horno?, pero por otra parte el simple hecho de vetar el uso de la palabra magia sé que me va a complicar las cosas al momento de desarrollar la idea  que nos convoca…hay cosas que no deben avisarse, de hecho uno debe esforzarse al máximo para que ahí queden, invisibles a los ojos de terceros. 

Creo que cuando se revela por completo, deja de ser uno, y se convierte en una de esas personas que invitan a ser modificadas y manipuladas al antojo de otros,  esas personas que carecen de atractivo y a las cuales es tan fácil correrlas para el lado que disparan.

Pero si uno fuera previniendo a los otros sobre cuales cosas nos gustan o no, la mayoría de la humanidad se volvería vaga…imagínese a Miguel Ángel, habiendo terminado de pintar el techo de la Sixtina, dejándola una nota al papa diciendo “ si te gusta como quedo, avísame”….su genio, su arte, quedaría reducido a la nada , se lo podría minimizar en función del gusto de un fulano cualquiera. Uno más o manos en el interactuar forzado al que nos vemos obligados por vivir en sociedad se da cuenta de muchos de los gustos de una persona, gente que prefiere el colectivo antes que el tren, una moto antes que un auto, una biblioteca a internet, tal vez por la simple oposición o porque existen señales que no pueden ser ocultas. Son por otro lado estas mismas “pistas” que se revelan por si solas a las que más atentos debemos estar, si vemos salir a alguien de un kiosco dos veces con una botella de Fanta, no significa que la prefiera sobre la Sprite, ya simplemente, la posibilidad de que el kiosquero no tenga Sprite o que simplemente este natural y no de para tomarla así con 40 grados de calor es altamente probable también.  Veamos esas señales chicas, pero no construyamos estereotipos, esta bueno ir descubriendo cosas y sobre todo esta bueno descubrir a quien tenemos cerca.

Mi madre días atrás, sentada en la cocina de su casa, mientras me ponía el tazon de café con leche en la mesa me dijo: - vos y tu hermano no tienen de que quejarse, yo soy una muy buena madre - , acto seguido mi carcajada resonó en toda la cocina, por supuesto no se lo dije pero mi madre señores, ha hecho lo que pudo, pero no por eso se convirtió en una buena madre, claramente uno no tiene mucho derecho de lastimar con ese tipo de juicios, pero de forma simpática trate de hacerle entender a mi madre que determinados juicios de valores deberían quedar reservados solo a mi hermano y a mí. No revele si convencimiento sobre ser bueno en algo si no quiere que se lo hagan pedacitos, mientras tratan de no escupir el café con leche por el ataque de risa.

“Si le gusta, avíseme”, se vuelve hasta grosero en una tarjeta de presentación, creo que estaría bien para un chef, los gustos culinarios si dependen en gran medida del capricho de los otros, pero imagínese un amante dejando aquella tarjeta con un número telefónico en una mesa de luz,  hablaría del poco esfuerzo y de un desempeño mediocre, uno sabe cuando obra en función de hacer cosas que gusten y cuando no.

Acotar la sorpresa a un pollo al horno o a la parrilla, también me parece chato y poco revelador. Los  gustos son personales y deberían ser revelados con prudencia, imagino una carta llegando con una grabación de ensayo de metallica y una papelito donde Newsted escribiera “si te gusta, avisáme”. Señor, yo perdería las zapatillas ante eso, y así fuera Metallica cantando el feliz cumpleaños en checo, si, si me gustaría, porque uno con los gustos es poco exigente,  le gustan las milanesas y a menos que se atraque de milanesas y este descompuesto una semana siempre le van a gustar las milanesas.

No se devane los sesos tratando de pensar que es lo que le gusta a tal o cual persona, no se esfuerce por darle los gustos, porque aquello que realmente gusta, lo significativo, siempre siempre, se está muy lejos de averiguarlo.



Mariana

Lo que le guste, me avisa



          Las noches de lluvia en la calle siempre esconden una quimerita en una esquina, y las calles de Villa Tesei no son la excepción. Es que la gente de ahí es gente rara. Tienen parras, avenidas, algunos hasta detienen el tiempo. Esa noche de 1996 caminaba por ahí, en esas mismas calles naranjas de hoy, bajo un diluvio, solo, aburrido, desganado, disfrutando la imagen cinematográficamente loser que le estaba regalando a los que pasaban con los autos por Vergara, para hacerlos disfrutar más de la comodidad de su auto y de los beneficios de estar seco. Hay que reconocerlo, estoy seguro que  algunos, de corazón más noble, se condolían y hasta experimentaban algo cercano a la culpa. Ahí iba. Abajo del agua. Por Vergara. Esperando el milagro.

          La encontré en una esquina, empapada. Nos habíamos visto y habíamos tenido un acercamiento oculto bastante violento en un lugar y situación en la que ninguno de los dos podía darse el lujo de dedicarle tiempo al otro. Incómodos y desesperados nos perdimos sin intercambiar teléfonos o esquinas. No era necesario. Ninguno de los dos se sorprendió cuando mi caminata se acercó a ese toldito que le servía de útero. El agua se secó en esa esquina, en la otra, en el viejo y derruído cine ISA. La imagen cinematográfica súbitamente me había convertido en el héroe de esa historia, en el galán alado, ese que la barba de tres días le sienta como a nadie, ese que sabe cuál es el puestito que vende el mejor salame casero, ese que va por la calle una noche de mierda castigándose con un caramelo sin que le importe demasiado la mirada sobradora del oficial ni mucho menos la censuradora de la virgencita de al lado. Fuimos a casa y se fue con una remera seca, de algodón suave, recién comprada, blanca con las mangas negras y una imagen promocional de “Pandora’s box”, de Aerosmith, con la frase “Go ahead, open it!” Curiosamente tenía una capucha, también negra, que sirvió para que el pelo se le seque un poquito más. La acompañé a la casa, caminamos horas y éramos la única vida en esas calles que, de haber un dios, las olvidó hace décadas. Ejercimos nuestra juventud y sus ojos me enseñaron algo. Dejó mi nombre y su apodo tatuados con una llave en una galería que durante años le dijo al mundo que esa noche no se iba a borrar fácil y allá, en los absolutos arrabales del barrio, allá donde no se va seguido, allá donde siempre es advertencia, nos despedimos en la puerta de la más lluviosa de las casas a la que entró despidiéndose con una sonrisa y un gesto con la mano, cruzando el patio, entrando por el costado. Siempre todo a oscuras, siempre en los arrabales. Una relación aledaña.

          La bici era la extensión del cuerpo en esa Tesei de sol que crucé nuevamente, días después, en búsqueda del desengaño para obviamente encontrarlo. Nadie respondió y la casa parecía tan cerrada y abandonada como aquella noche. Lo único que delataba vida era el pasto cortado, pero no había ventana que haya sido abierta en años ni tampoco indicios por disimularlo. Miré por el costado, cogoteé. Me fui a Morón en la bicicleta, hago tiempo, doy una vuelta para mirar cosas que se transformen años después en nostalgias, vuelvo, nada, a casa. Volví a la semana con el mal presagio. Y cuando doblé apareció el espanto de frente; toda la cuadra había sido demolida, comenzaban las obras de la autopista del oeste, y entre ese montón de escombros, sepultado, mostrando la puntita de un recuerdo, quedó para siempre la duda.

          Meses después, en el arrabal de la otra punta del barrio y ya con el rictus de quien ha tenido ya al menos un desengaño, una moto queda frente a mí, andando a paso de hombre. Era una XR roja y embarrada, y la manejaba un sujeto que hoy recuerdo enorme, heroico, rubio de rulos largos, y con luciendo esa misma remera que le había dado aquella noche a aquella Indya intrigante. Miré a su acompañante y con alivio y sorpresa descubrí que no era ella, y cuando volví a mirar la remera para confirmar lo confirmado mis ojos se cruzaron con los amenazantes de esa especie de mono inmenso. No hubo necesidad que se baje, no pronuncié palabra. Bajé la mirada, no se preocupe, se la ganó en buena ley, y si no fue así igual se la regalo. Si quiere lo llevo al negocio donde la compré y lo que le guste, me avisa y se lo regalo también.

          Pero cuénteme…ella está bien? Porque estoy en Vergara, está lloviendo, y el milagro no aparece.



Fer

viernes, 23 de noviembre de 2012

...y volvimos un dia y encontramos un mundo aputasado


          Ya van varios ejemplos que veo, ya dejó de ser una idea antojadiza.  Ya no hay forma de disimularlo, ya no pueden ser sólo coincidencias. No puedo callarme más. No vaya usted a pensar que estoy tirando algo tan grave a la mesa tan sólo por el hecho de impactarlos. Imagino este maravilloso retorno como una reunión que tiene a los fans en vilo y, desesperados, se abalanzan sobre el blog para saborear cada palabra para de repente se masticar unas letritas que los hagan poner cara de chupar limón,  de algo tan crudo, tan visceral, tan limitado en un punto, y la decepción pasa a ganar la imagen, pasa a ser la reunión fallida, esa que ensucia el recuerdo de algo tan lindo, aquella de los Sex Pistols con el “Filthy Lucre Tour”, se acuerdan? Volvieron los Pistols…y resulta eran cuatro gorditos aburguesados que cobraban fortunas por la entrada y te cacheaban en la puerta. Y peor aún, para un público que se dejaba cachear en orden y con la cabeza gacha.

          Bueno, habrá visto que me fui por el incierto rumbo de los tomates, pero necesito ejemplificar lo que digo para que usted pueda tener una acabada idea de hacia dónde me dirijo. La cuestión es simple, usted sólo déjeme explicarme y verá que me termina acompañando  en el pensamiento cuando salga a la calle y mire a la gente en la vereda, en el bondi, en la facultad, en eventos sociales. El mundo se está haciendo puto, se está aputosando, se está cayendo lentamente hacia el costado rosa, , fluorescente. No llame al INADI, léame. Confíe en mí. Recuerde. Haga memoria. No es necesario ser un anciano, eh. Vamos al Mundial ’90, aquel de Italia, el último gran mundial. Recuerda ese hermoso momento de la final, con toda Italia silbando el Himno Argentino, y Diego esperando que llegue la cámara a su posición para, con la boca bien abierta, gritarles a ellos y al mundo “Hijos de puta!”?
Bueno, vea de Arsenal-All Boys a Barcelona - Paris St. Germain  y va a ver que ahora para putearse, para pedirle la hora al referi, para amenazarse en el túnel o para indicar si es centro o va al arco…se tapan la boca! A ver si te leemos los labios en la tele y en tus palabras sentados en el comedor con el gato aquí presente descubrimos el secreto de la vida, Di María...tirate un pedo, flaco qué te pasa?

          Pasa que te aputosaste. Pasa que no te bancás lo que tenés para decir, el hombre que ancestralmente fuiste lo quiere decir, pero el puto que te recubre inevitable e inexorablemente desde hace un tiempo te obliga a taparte la boca, casi a avergonzarte de tener una actitud de hombre, de golpearte el pecho y decirle lo que corresponde a quien corresponde a viva voz. Ya no es más Segurola y Habana, ya no es más Ruggeri-Chilavert, ya Perfumo comenta y Giunta dirige, ahora están los Bordagaray, los Di María, toda esa caterva de proto-hombres jugando un deporte que claramente no les pertenece, depilados, perfectamente peinados a la moda, con ropas imposibles, inalcanzables, ejemplos de moda actual. Coco Basile los mira desde la mesa, con el whisky en la mano, y se le hace un nudo en la garganta. Es tan simple entender por qué se fue se retiró, por qué se retiró Menotti…imagínenlo, entra a dar una charla técnica y ve un jugador que se perfuma, otro que cuando termina de ponerse meterse la camiseta en el pantalón corre a un espejo, el 4 con el pote de gel…y claro, renuncia. Se va. Llega a la casa y quiere ir al bar para ahogar esa pena o charlarla con un amigo trago mediante. Sale a la calle, para un taxi, el tachero es un hombre grande, curtido, “él sabrá entender lo que me pasa, lo que siento, quizás me pregunte por algún jugador si es verdad que se la lastra, seguramente será un viaje ameno”, analiza desde la imagen tan porteña del tachero capitalino entrado en años. Se siente entre amigos. “Buenas noches, vamos a Humboldt al 1500”, “Cómo no señor”, y taxista escribe, impío, “Humboldt 1500” en su GPS. Coco abre la boca, quiere decir algo pero no le sale, y el taxista, rubricando la obra, sube dos puntos el volumen de la radio, que con un definitivo “Goodbye” de Air Supply, despide para siempre la viril tranquilidad del pobre Coco. No debe haber sido fácil esa noche para él. No quisiera haber estado en sus zapatos.

          Ojo, como no es fácil para nadie. Estos últimos tiempos, por diferentes razones, he estado en muchos lugares de Capital y Provincia. Sintiéndome Iorio cantando ese bellísimo “P’al Recuerdo”, La Plata, Lomas de Zamora, Pilar, Quilmes, San Isidro, General Rodríguez, Palermo (Hollywood y Soho…pero Palermo es Palermo, Villa Crespo es Villa Crespo, y sus mariconadas no pueden ser aceptadas en este texto, señores terratenientes. Sólo es aceptado Palermo Viejo. Ustedes son fomentaputos.), Microcentro, Belgrano, Avellaneda, Floresta ente otros, y cada uno de esos lugares, por más que sean cercanos, son muy distintos. Cualquiera que tenga la suerte (o desdicha) de conocerlos más o menos en profundidad, es consciente que hay ciertos códigos que se manejan en los lugares. Si uno anda por Ramos se entera de lo que pasa en vecindades de la escalera peatonal, allí en donde los adolescentes aún con sus uniformes están urdiendo los futuros de su lugar, y su vestimenta y los carteles de las bandas que tocan ese fin de semana marcan cómo es el lugar, cuáles son los códigos. Si uno camina por la calle Cuenca, en el centro de Villa del Parque, sabe qué está de moda entre las minas de una manera perfecta. Si se usa en Villa del Parque, lo usa el país. Bueno, señores, eso está, lentamente, mutando en otra cosa. En todas esas ciudades el hombre tiene musculosas muy holgadas, peinados de costado, lentes con armazones de colores llamativos. Usan pantalones cagados, usan zapatillas con el dedo cortado. No se les ve un pelo. Y sin embargo utilizan, porque de manera natural tienen que ocupar ese lugar, usos y costumbres de aquel que ayer era hombre. Usan motos (y se les vuela la gorra porque la usan con la viscera hacia adelante, es muy gracioso verlos frenar y volver...), van a la cancha a alentar a su equipo y para ir de Paternal a Caballito prenden el GPS…con qué cara podés pedirles huevos a tus jugadores? Y encima tus jugadores están depilados y perfumados! Y se tapan la boca para putearse! Y encima el sistema, que también se adecua cómodamente a los gustos del nuevo hombre moderno (o sea, el puto), permite que vayan sólo 2500 socios con la cuota al día y una muestra de la primera orina del mes de noviembre del ’94 para que haga una cola eterna un jueves a las 10 de la mañana cuando antes se iba caminando al barrio ajeno y se compraba entrada en boletería como corresponde…

          Señores, sépanlo, entérese, es muy chocante a la vista. Es muy chocante una chopera conducida por una zapatilla de dedo cortado blanca con vivos rojos. Es muy chocante el miedo al taladro. Es muy chocante la inutilidad por puta pereza y no por inutilidad en sí misma. Pero claro, eso es sólo para pocos. Porque ahora, ante la batalla perdida, al hombre lo critican desde los medios. Los ganadores de las mejores mujeres se miran al espejo más que sus mismas compañías. Desde los avisos de máquinas de afeitar, esos que antes mostraban recios señores, ahora te dicen que el hombre de pelo en pecho no es “Completamente evolucionado”. No quiero mencionarles el aviso de las galletas Bagley de salvado, pero lo voy a hacer con la angustia hecha palabra. La protagoniza un señor  medio pelado, vestido con cómoda remera negra y pantalón negro de jogging o similar, en patas, haciendo movimientos absolutamente aputosados, algo como tai chi chuan mezlado con un baile pseudo ancestral de faso,  casi un discípulo de Claudio María Domínguez  haciendo mágicas esculturas con galletitas, mientras un locutor habla de búsquedas de vida, de ir al trabajo en bicicleta, hábitos de vida saludables, de pausas. Y lo peor, habla de fitosteroles y de semillas de chía. “Lo qué?”, preguntará el hombre involucionado, aquel que cuando le preguntan por galletitas habla de los Bay Biscuit en la chocolatada, y sí, señor, respondo, fitosteroles y semillas de chía. Para saber qué mierda estoy comiendo tengo que fijarme en Google. Pero eso ya no importa porque, mi querido amigo, ahora el hombre es eso. Ahí está, en eso lo convirtieron. Mírenlo, despojado de su virilidad. Eso han hecho, ese crimen han cometido. Ahí lo tienen. Eso es un hombre. Un puto en patas comiendo fitosteroles para ser equilibrado. No sabe poner un tarugo, no sabe qué carajo es una pinza, se pone remeras rosa, se depila el pecho, el asado le parece algo grasoso con olor a humo. El mar le es ajeno. Y la moda, al ver eso, encontró un hermoso colchón en el cual posicionarse y terminar de liquidar el trabajo. La logia de los auriculares rosa, verde y amarillo ha avanzado de tal manera que en su desbocada pero irrefrenable carrera han despojado al metalero de sus tachas, y han hecho propias sus camperas para usarlas por sobre remeras enormes con escote en V. No es imperdonable eso? No comprende un crímen en sí mismo?

          Por supuesto que lo comprende. Pero claro, como siempre suele suceder cuando hay un enemigo, éste suele contar con ciertos socios que terminan ensuciando las cosas. Y éstas son, desgraciadamente, las mujeres. No todas, claro, por suerte  algunas siguen sintiendo atracción por los hombres. Pero no es el caso de la implacable entidad de la Moderna Tiliguería Femenina. Ésta  se ha visto beneficiada largamente. Celebra alborozada  lo que se ha logrado domar, moldear, o eliminar, según corresponda. El aputosamiento del hombre las exime de las cosas que las molestan, y ese beneplácito de la platea femenina tilinga ha hecho que el hombre sume una razón más para dejar que su costado más intrínsecamente instintivo quede guardado en un rincón, arriba de un placard, juntando polvo, que si uno no lucha pasa de extrañarlo a verlo con nostalgia para, un día tremendo, dejar de mirarlo y olvidarlo ahí, para que alguien un día lo tire en una limpieza y uno se entere a los meses.

          Y ahí está la música también. Mírela, un trapo de piso. Cerati le abrió la puerta a Leo García, le dio una credibilidad que jamás podría haber ganado un gordito con pinta de mal aliento con gorra con brillantes, ceja depilada y remera de Gilda. Esa credibilidad hizo furor a quien García apadrinó posteriormente, Miranda y hoy hace que se la rueda gire de tal forma que terminamos denominando como rock a Tan Biónica. Y el que todavía no sabe bien si está en un costado o en el otro, opta por ir a ver a Linkin Park, estar apoyado en la valla de contención después de haber adquirido un oneroso campo vip, y vuelve a su casa simulando un dolor de cuello de la san puta y se mira al espejo sintiéndose Pappo. Se baña con una esponja con semillas, se para la cresta, se retoca la tetilla izquierda, y se va a dormir a la 1:30, riéndose de la mitad de los chistes de los Simpson y simulando reírse con el 50% restante que no entiende.  

          Seré, quizás inconscientemente, implacablemente negativo en mi texto. Quizás ustedes piensen que yo vislumbro un futuro en las próximas generaciones en el que no existan los caños de escape, los asados en parrilla montada sobre unos ladrillos, un futuro en el cual Hermética sea algo que no se sabe bien qué fue pero forma parte de algo de lo cual se ha evolucionado.

          Pero su percepción es errónea. Porque modas he visto varias a lo largo de los años, y he visto cómo, por más que sumen muchos adeptos, tarde o temprano el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar. Tarde o temprano alguien se da cuenta que los cordones flúo no son lindos. Tarde o temprano el auricular rosa termina avergonzando. Tarde o temprano alguien en Juan B. Justo y Chivilcoy, tiene que ir a Juan B. Justo y Nazca justo el día que no tiene el GPS, y no sabe para qué lado es. Y se avergüenza. Y baja la ventanilla. Y tiene que preguntar. Y me encuentra a mí. Y le voy a indicar. Y me va a envidiar. Y al ver la remera de Pappo se va a avergonzar de sus bermudas rosa. Y va a tener que mudarse un día y va a tener que solucionar varias cosas con el destornillador y la cinta aisladora y va a sentir vergüenza de sí mismo y del primo Santiago, qué bien ese pibe, desde pibe se da maña con todo, y yo preocupado por el gel en la cresta. Algún día vas a tener que ir a la cancha y va a haber quilombo y va a tener que saber manejarse, y no quedarse llorando sentado pidiendo piedad por no poder correr rápido con las ojotitas. Y ahí va a tener que aprender. Todos van a tener que aprender. Y una vez que lo hagan van a comenzar a creer en sí mismos. Van a poder llegar con los brazos levantados y felices, adelante de todo, junto a la valla, a cantar ese tema con toda la vida. Van a agarrar seis ladrillos y una llaparri y listo, va a ser suficiente para hacer un asado, y el cariño del aplauso para el asador les va a acariciar el alma como ningún fitosterol puede hacerlo, y llevará y traerá orgulloso a sus amistades de donde sea que estén a donde sea que vayan sin necesidad de preguntar cómo llegar, y quizás en el fragor de hacer tantas cosas que a uno lo hacen sentir bien, útil, necesario, feliz, caiga en la cuenta una noche que no se depiló, no se hizo la cresta, se puso la remera que compró en aquel show sin darse cuenta, no se puso las zapatillas con el dedo cortado, y vio que así se era realmente feliz, sin necesidad de seguir los dictados de la moda, esa que nos aleja de nosotros, esa que trata de enfrentarnos con nosotros mismos. Esas que tienen semillas de no sé qué mierda, y el hombre vuelva a estar de moda, y no ser considerado involucionado, y comprender que los hombres que han hecho grandes gestas y han quedado en la tinta de los libros de la historia no andaban de musculosa rosa por la vida, bronceados en junio, buscando en la guía alguien que le enchufe el microondas.


 Fer.

...y volvimos un dia y encontramos un mundo aputasado


Creo que en el afán de llegar a encajar a la perfección en los diferentes modelos de “buena vida” que hoy por hoy nos ofrece la sociedad, la gente se ha ido desdibujando de sí misma. Calculo que es por eso que podemos ver gente con tanta ropa fluo en la calle, por una necesidad de aceptación social.
Pero me pregunto qué pasa cuando esa necesidad comienza a borrar rasgos que deberían ser característicos, para poner sobre nosotros la impronta de unos nuevos, que nos transforman al punto de dejar de ser quienes éramos.
La masculinidad mis amigos ha muerto. En este afán de poca diferenciación entre la gente, los hombres han decidido dejar de parecer hombres. Remeras rosas, sandalias infinidad de retoques en el pelo, morrales cruzados, ojotas, pechos y piernas depilados. Parece que la corriente hoy por hoy nos dice que para ser masculino no debe detentarse masculinidad, paradoja si las hay.
Pensaba cuando Fer me comento la idea para volver a escribir,  en lo difícil que se me haría tener que volver al mercado carnal en caso de por ejemplo, enviudar. Mas alla que no podría tener una conversación con casi ninguno y con los que podría hacerlo ya apareció una viva y lo casó, creo que jamás me acercaría a un caballero que se le nota que tiene crema en la cara. Pero cuidado yo rastreo la punta de este problemas y encuentro un culpable que claramente es el género al cual pertenezco, sip, las mujeres tenemos la culpa. Sabido es que somos animales más que competitivos y que en estos años el estereotipo de la mujer perfecta se fue muy arriba, volviéndose casi inalcanzable, entonces zaz! Como no podemos competir con las minas que aparecen en culo por la tele, porque no tenemos ni el tiempo ni la guita para hacerlo, necesitábamos competir con algo más y ahí mis queridos aparece esta absurda competencia con los hombres,  y frases tales como  - si yo me cuido mínimo el también se tiene que cuidar - . Ok, pero existía la necesidad de aputosarlos en tal medida? No llego a responder esa premisa por más explicaciones que le busque.
Además no puedo dejar de pensar que los hombres se devoraron al caníbal, se desdibujaron de tal modo que ya no saben ni siquiera cambiar un cuerito, no cortan el pasto, no hacen una veredita de cemento para el patio, no hacen el asado en cuero. Toman gancia con sprite…que pasó son la soda mi amigo?
En algún momento no se en cual, supongo que entre la cama solar y los surfistas de reef, esto empezó a cambiar, pero a cambiar groso, y se me hace que la única forma de revertirlo es de la mano del género que yo creo lo desato. Somos las minas las que le tenemos que dar un corte a esto, tenemos que volver a pedir hombres engrasados y con la piel de los dedos medio cuarteada, hombres que tomen vino, cualquier vino no el espumante, que hagan el asado con la radio al lado, no con el celular. Hombres que escuchen otra música más fuerte, no reaggeton o que se conmuevan hasta lo más profundo con Cristian Castro.
La masculinidad ha muerto ya ni siquiera usan anteojos negros. Pero bueno, ahí está una, resistiendo y sé que muchos y muchas más resisten conmigo a pesar de saber que esta es una de las tantas batallas que no vamos a ganar.

Mariana.

viernes, 3 de agosto de 2012

El aprendizaje de aprender


Supongo que es solamente cuestión de ir un poco atento por la vida para chocarse con millones de cosas sobre las cuales aprender, pero sobre todo creo que lo más importante de este recorrido es cuales son las cosas que podemos aprender, ya sean verdaderamente útiles o conocimiento al pedo liso y llano.
Creo pensar que hay dos formas de conocimiento, ese que uno trata de un modo casi forzoso, donde nos esforzamos por memorizar frente al mapa con las capitales del mundo y ese otro tipo que sucede solo, por si mismo, que viene de libros también en muchos casos, pero que nos sorprende mucho mas por otros medios, de otras formas y que uno no asimila con demasiado esfuerzo, que simplemente es incorporado por vaya a saber uno mismo que artilugio de la ciencia, pero vamos que mejor forma de conocer a Buenos Aires que por medio de aquella canción y de esa sonrisa cómplice que nos acompaña cuando pasamos por aquel lugar…desde que escuche  Buenos Aires de Páez, hace años atrás no puedo dejar de definir al planetario como algo alto y voluptuoso…
Yo tal vez del lugar que mas aprendí es de los libros, pero bueno siempre fui una suerte de rata que enamorada de aquellas hojas viejas, ajadas y llenas de humedad encontraba su lugar en el mundo leyendo. Aprendí a recorrer las calles de Buenos Aires junto a Sábato, logré entender cómo era la cuidad allá por los años 40 y como era la ruralidad de la mano de Borges y sus grandes cuentos, aprendí las calles de Londres gracias a las novelas de detectives, pero por sobre todas las cosas aprendí a resolver misterios y asesinatos, logré oro tipo de pensamiento.
Aprendí jugando también con mis tan queridos juegos, los mapas resultan ser mucho más fáciles de leer después de años de tener que verse uno forzado a entenderlos. La gente incluso es más fácil de entender cuando uno la ve de frente sin poder manejar la frustración. Aprendí como asediar un castillo durante dos horas y hacerlo caer…aprendí a mejorar mi ingles y a chapucear un poco de francés y alemán. Me olvidaba…aprendí todo lo que se puede saber sobre los lobos, pero todo, desde cuanto tiempo pueden sobrevivir sin comida o sin agua, hasta de qué forma hacen las madrigueras para tener cría. Es verdad que esto último es mucho menos productivo que la toma de los castillos, pero bue uno nunca sabe.
No me gustaría caer en el lugar fácil de aprendí de mis viejos y de mis amigos, de mis hermanos y mis compañeros, (acabo de aprender que pasa con la ropa que se sacan los deportistas antes de hacer alguna actividad en las olimpiadas, aparece uno atrás con un canastito y la junta). Igualmente me parece que uno aprende en la medida que está deseoso de conocer, de saber y no en medida de lo que uno cree recibir, a ver…poco sabríamos de casi todo lo que ahora sabemos si no nos uniera un lazo, si no buscáramos tejer una relación con el conocimiento, y repito no hablo de un libro de física, hablo de aprender a sentirse bravo con un 4 o de  descubrir el Avanti gracias a una canción de Almafuerte.
Creo que de verdad es solamente una cuestión de actitud, es ir con los ojos y los oídos un poco más abiertos que lo de costumbre, hay infinidad de cosas afuera y dentro de nosotros mismos de las cuales podemos aprender y muchas de ellas nos sorprenderían de una forma más que grata, no solamente por si algún día nos quedamos perdidos en Flores y debemos recordar cuales son las calles que no tenemos que transitar a fin de evitar encontrarnos con Mandinga, o tal vez, para solo saber que no se debe invadir Rusia en invierno bajo ninguna circunstancia.