Ya van varios
ejemplos que veo, ya dejó de ser una idea antojadiza. Ya no hay forma de disimularlo, ya no pueden
ser sólo coincidencias. No puedo callarme más. No vaya usted a pensar que estoy
tirando algo tan grave a la mesa tan sólo por el hecho de impactarlos. Imagino
este maravilloso retorno como una reunión que tiene a los fans en vilo y,
desesperados, se abalanzan sobre el blog para saborear cada palabra para de
repente se masticar unas letritas que los hagan poner cara de chupar limón, de algo tan crudo, tan visceral, tan limitado
en un punto, y la decepción pasa a ganar la imagen, pasa a ser la reunión
fallida, esa que ensucia el recuerdo de algo tan lindo, aquella de los Sex
Pistols con el “Filthy Lucre Tour”, se acuerdan? Volvieron los Pistols…y
resulta eran cuatro gorditos aburguesados que cobraban fortunas por la entrada
y te cacheaban en la puerta. Y peor aún, para un público que se dejaba cachear
en orden y con la cabeza gacha.
Bueno, habrá
visto que me fui por el incierto rumbo de los tomates, pero necesito
ejemplificar lo que digo para que usted pueda tener una acabada idea de hacia
dónde me dirijo. La cuestión es simple, usted sólo déjeme explicarme y verá que
me termina acompañando en el pensamiento
cuando salga a la calle y mire a la gente en la vereda, en el bondi, en la
facultad, en eventos sociales. El mundo se está haciendo puto, se está
aputosando, se está cayendo lentamente hacia el costado rosa, , fluorescente.
No llame al INADI, léame. Confíe en mí. Recuerde. Haga memoria. No es necesario
ser un anciano, eh. Vamos al Mundial ’90, aquel de Italia, el último gran
mundial. Recuerda ese hermoso momento de la final, con toda Italia silbando el
Himno Argentino, y Diego esperando que llegue la cámara a su posición para, con
la boca bien abierta, gritarles a ellos y al mundo “Hijos de puta!”?
Bueno, vea de Arsenal-All Boys a Barcelona - Paris St. Germain y va a ver que ahora para putearse, para pedirle la hora al referi, para amenazarse en el túnel o para indicar si es centro o va al arco…se tapan la boca! A ver si te leemos los labios en la tele y en tus palabras sentados en el comedor con el gato aquí presente descubrimos el secreto de la vida, Di María...tirate un pedo, flaco qué te pasa?
Bueno, vea de Arsenal-All Boys a Barcelona - Paris St. Germain y va a ver que ahora para putearse, para pedirle la hora al referi, para amenazarse en el túnel o para indicar si es centro o va al arco…se tapan la boca! A ver si te leemos los labios en la tele y en tus palabras sentados en el comedor con el gato aquí presente descubrimos el secreto de la vida, Di María...tirate un pedo, flaco qué te pasa?
Pasa que te aputosaste. Pasa que no te bancás lo que tenés para decir, el hombre que ancestralmente fuiste lo quiere decir, pero el puto que te recubre inevitable e inexorablemente desde hace un tiempo te obliga a taparte la boca, casi a avergonzarte de tener una actitud de hombre, de golpearte el pecho y decirle lo que corresponde a quien corresponde a viva voz. Ya no es más Segurola y Habana, ya no es más Ruggeri-Chilavert, ya Perfumo comenta y Giunta dirige, ahora están los Bordagaray, los Di María, toda esa caterva de proto-hombres jugando un deporte que claramente no les pertenece, depilados, perfectamente peinados a la moda, con ropas imposibles, inalcanzables, ejemplos de moda actual. Coco Basile los mira desde la mesa, con el whisky en la mano, y se le hace un nudo en la garganta. Es tan simple entender por qué se fue se retiró, por qué se retiró Menotti…imagínenlo, entra a dar una charla técnica y ve un jugador que se perfuma, otro que cuando termina de ponerse meterse la camiseta en el pantalón corre a un espejo, el 4 con el pote de gel…y claro, renuncia. Se va. Llega a la casa y quiere ir al bar para ahogar esa pena o charlarla con un amigo trago mediante. Sale a la calle, para un taxi, el tachero es un hombre grande, curtido, “él sabrá entender lo que me pasa, lo que siento, quizás me pregunte por algún jugador si es verdad que se la lastra, seguramente será un viaje ameno”, analiza desde la imagen tan porteña del tachero capitalino entrado en años. Se siente entre amigos. “Buenas noches, vamos a Humboldt al 1500”, “Cómo no señor”, y taxista escribe, impío, “Humboldt 1500” en su GPS. Coco abre la boca, quiere decir algo pero no le sale, y el taxista, rubricando la obra, sube dos puntos el volumen de la radio, que con un definitivo “Goodbye” de Air Supply, despide para siempre la viril tranquilidad del pobre Coco. No debe haber sido fácil esa noche para él. No quisiera haber estado en sus zapatos.
Ojo, como no
es fácil para nadie. Estos últimos tiempos, por diferentes razones, he estado
en muchos lugares de Capital y Provincia. Sintiéndome Iorio cantando ese
bellísimo “P’al Recuerdo”, La Plata, Lomas de Zamora, Pilar, Quilmes, San
Isidro, General Rodríguez, Palermo (Hollywood y Soho…pero Palermo es Palermo,
Villa Crespo es Villa Crespo, y sus mariconadas no pueden ser aceptadas en este
texto, señores terratenientes. Sólo es aceptado Palermo Viejo. Ustedes son
fomentaputos.), Microcentro, Belgrano, Avellaneda, Floresta ente otros, y cada
uno de esos lugares, por más que sean cercanos, son muy distintos. Cualquiera
que tenga la suerte (o desdicha) de conocerlos más o menos en profundidad, es
consciente que hay ciertos códigos que se manejan en los lugares. Si uno anda
por Ramos se entera de lo que pasa en vecindades de la escalera peatonal, allí
en donde los adolescentes aún con sus uniformes están urdiendo los futuros de
su lugar, y su vestimenta y los carteles de las bandas que tocan ese fin de
semana marcan cómo es el lugar, cuáles son los códigos. Si uno camina por la
calle Cuenca, en el centro de Villa del Parque, sabe qué está de moda entre las
minas de una manera perfecta. Si se usa en Villa del Parque, lo usa el país. Bueno,
señores, eso está, lentamente, mutando en otra cosa. En todas esas ciudades el
hombre tiene musculosas muy holgadas, peinados de costado, lentes con armazones
de colores llamativos. Usan pantalones cagados, usan zapatillas con el dedo
cortado. No se les ve un pelo. Y sin embargo utilizan, porque de manera natural
tienen que ocupar ese lugar, usos y costumbres de aquel que ayer era hombre.
Usan motos (y se les vuela la gorra porque la usan con la viscera hacia
adelante, es muy gracioso verlos frenar y volver...), van a la cancha a alentar
a su equipo y para ir de Paternal a Caballito prenden el GPS…con qué cara podés
pedirles huevos a tus jugadores? Y encima tus jugadores están depilados y
perfumados! Y se tapan la boca para putearse! Y encima el sistema, que también
se adecua cómodamente a los gustos del nuevo hombre moderno (o sea, el puto),
permite que vayan sólo 2500 socios con la cuota al día y una muestra de la
primera orina del mes de noviembre del ’94 para que haga una cola eterna un
jueves a las 10 de la mañana cuando antes se iba caminando al barrio ajeno y se
compraba entrada en boletería como corresponde…
Señores, sépanlo,
entérese, es muy chocante a la vista. Es muy chocante una chopera conducida por
una zapatilla de dedo cortado blanca con vivos rojos. Es muy chocante el miedo
al taladro. Es muy chocante la inutilidad por puta pereza y no por inutilidad
en sí misma. Pero claro, eso es sólo para pocos. Porque ahora, ante la batalla
perdida, al hombre lo critican desde los medios. Los ganadores de las mejores
mujeres se miran al espejo más que sus mismas compañías. Desde los avisos de
máquinas de afeitar, esos que antes mostraban recios señores, ahora te dicen
que el hombre de pelo en pecho no es “Completamente evolucionado”. No quiero
mencionarles el aviso de las galletas Bagley de salvado, pero lo voy a hacer
con la angustia hecha palabra. La protagoniza un señor medio pelado, vestido con cómoda remera negra
y pantalón negro de jogging o similar, en patas, haciendo movimientos
absolutamente aputosados, algo como tai chi chuan mezlado con un baile pseudo
ancestral de faso, casi un discípulo de
Claudio María Domínguez haciendo mágicas
esculturas con galletitas, mientras un locutor habla de búsquedas de vida, de
ir al trabajo en bicicleta, hábitos de vida saludables, de pausas. Y lo peor,
habla de fitosteroles y de semillas de chía. “Lo qué?”, preguntará el hombre
involucionado, aquel que cuando le preguntan por galletitas habla de los Bay
Biscuit en la chocolatada, y sí, señor, respondo, fitosteroles y semillas de
chía. Para saber qué mierda estoy comiendo tengo que fijarme en Google. Pero eso
ya no importa porque, mi querido amigo, ahora el hombre es eso. Ahí está, en
eso lo convirtieron. Mírenlo, despojado de su virilidad. Eso han hecho, ese
crimen han cometido. Ahí lo tienen. Eso es un hombre. Un puto en patas comiendo
fitosteroles para ser equilibrado. No sabe poner un tarugo, no sabe qué carajo
es una pinza, se pone remeras rosa, se depila el pecho, el asado le parece algo
grasoso con olor a humo. El mar le es ajeno. Y la moda, al ver eso, encontró un
hermoso colchón en el cual posicionarse y terminar de liquidar el trabajo. La
logia de los auriculares rosa, verde y amarillo ha avanzado de tal manera que
en su desbocada pero irrefrenable carrera han despojado al metalero de sus
tachas, y han hecho propias sus camperas para usarlas por sobre remeras enormes
con escote en V. No es imperdonable eso? No comprende un crímen en sí mismo?
Por supuesto que lo comprende. Pero claro, como siempre suele suceder cuando hay un enemigo, éste suele contar con ciertos socios que terminan ensuciando las cosas. Y éstas son, desgraciadamente, las mujeres. No todas, claro, por suerte algunas siguen sintiendo atracción por los hombres. Pero no es el caso de la implacable entidad de la Moderna Tiliguería Femenina. Ésta se ha visto beneficiada largamente. Celebra alborozada lo que se ha logrado domar, moldear, o eliminar, según corresponda. El aputosamiento del hombre las exime de las cosas que las molestan, y ese beneplácito de la platea femenina tilinga ha hecho que el hombre sume una razón más para dejar que su costado más intrínsecamente instintivo quede guardado en un rincón, arriba de un placard, juntando polvo, que si uno no lucha pasa de extrañarlo a verlo con nostalgia para, un día tremendo, dejar de mirarlo y olvidarlo ahí, para que alguien un día lo tire en una limpieza y uno se entere a los meses.
Y ahí está la
música también. Mírela, un trapo de piso. Cerati le abrió la puerta a Leo
García, le dio una credibilidad que jamás podría haber ganado un gordito con
pinta de mal aliento con gorra con brillantes, ceja depilada y remera de Gilda.
Esa credibilidad hizo furor a quien García apadrinó posteriormente, Miranda y
hoy hace que se la rueda gire de tal forma que terminamos denominando como rock
a Tan Biónica. Y el que todavía no sabe bien si está en un costado o en el
otro, opta por ir a ver a Linkin Park, estar apoyado en la valla de contención
después de haber adquirido un oneroso campo vip, y vuelve a su casa simulando
un dolor de cuello de la san puta y se mira al espejo sintiéndose Pappo. Se
baña con una esponja con semillas, se para la cresta, se retoca la tetilla
izquierda, y se va a dormir a la 1:30, riéndose de la mitad de los chistes de
los Simpson y simulando reírse con el 50% restante que no entiende.
Seré, quizás inconscientemente, implacablemente negativo en mi texto. Quizás ustedes piensen que yo vislumbro un futuro en las próximas generaciones en el que no existan los caños de escape, los asados en parrilla montada sobre unos ladrillos, un futuro en el cual Hermética sea algo que no se sabe bien qué fue pero forma parte de algo de lo cual se ha evolucionado.
Pero su percepción es errónea. Porque modas he visto varias a lo largo de los años, y he visto cómo, por más que sumen muchos adeptos, tarde o temprano el tiempo termina poniendo las cosas en su lugar. Tarde o temprano alguien se da cuenta que los cordones flúo no son lindos. Tarde o temprano el auricular rosa termina avergonzando. Tarde o temprano alguien en Juan B. Justo y Chivilcoy, tiene que ir a Juan B. Justo y Nazca justo el día que no tiene el GPS, y no sabe para qué lado es. Y se avergüenza. Y baja la ventanilla. Y tiene que preguntar. Y me encuentra a mí. Y le voy a indicar. Y me va a envidiar. Y al ver la remera de Pappo se va a avergonzar de sus bermudas rosa. Y va a tener que mudarse un día y va a tener que solucionar varias cosas con el destornillador y la cinta aisladora y va a sentir vergüenza de sí mismo y del primo Santiago, qué bien ese pibe, desde pibe se da maña con todo, y yo preocupado por el gel en la cresta. Algún día vas a tener que ir a la cancha y va a haber quilombo y va a tener que saber manejarse, y no quedarse llorando sentado pidiendo piedad por no poder correr rápido con las ojotitas. Y ahí va a tener que aprender. Todos van a tener que aprender. Y una vez que lo hagan van a comenzar a creer en sí mismos. Van a poder llegar con los brazos levantados y felices, adelante de todo, junto a la valla, a cantar ese tema con toda la vida. Van a agarrar seis ladrillos y una llaparri y listo, va a ser suficiente para hacer un asado, y el cariño del aplauso para el asador les va a acariciar el alma como ningún fitosterol puede hacerlo, y llevará y traerá orgulloso a sus amistades de donde sea que estén a donde sea que vayan sin necesidad de preguntar cómo llegar, y quizás en el fragor de hacer tantas cosas que a uno lo hacen sentir bien, útil, necesario, feliz, caiga en la cuenta una noche que no se depiló, no se hizo la cresta, se puso la remera que compró en aquel show sin darse cuenta, no se puso las zapatillas con el dedo cortado, y vio que así se era realmente feliz, sin necesidad de seguir los dictados de la moda, esa que nos aleja de nosotros, esa que trata de enfrentarnos con nosotros mismos. Esas que tienen semillas de no sé qué mierda, y el hombre vuelva a estar de moda, y no ser considerado involucionado, y comprender que los hombres que han hecho grandes gestas y han quedado en la tinta de los libros de la historia no andaban de musculosa rosa por la vida, bronceados en junio, buscando en la guía alguien que le enchufe el microondas.
Fer.
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