lunes, 14 de enero de 2013

Lo que le guste, me avisa



Nunca creí y desconfié bastante de la gente que usa la palabra “magia” para describir algún aspecto de su relaciona amorosa…cual es la magia a descubrir? Que le gusta más si el pollo a la parrilla o al horno?, pero por otra parte el simple hecho de vetar el uso de la palabra magia sé que me va a complicar las cosas al momento de desarrollar la idea  que nos convoca…hay cosas que no deben avisarse, de hecho uno debe esforzarse al máximo para que ahí queden, invisibles a los ojos de terceros. 

Creo que cuando se revela por completo, deja de ser uno, y se convierte en una de esas personas que invitan a ser modificadas y manipuladas al antojo de otros,  esas personas que carecen de atractivo y a las cuales es tan fácil correrlas para el lado que disparan.

Pero si uno fuera previniendo a los otros sobre cuales cosas nos gustan o no, la mayoría de la humanidad se volvería vaga…imagínese a Miguel Ángel, habiendo terminado de pintar el techo de la Sixtina, dejándola una nota al papa diciendo “ si te gusta como quedo, avísame”….su genio, su arte, quedaría reducido a la nada , se lo podría minimizar en función del gusto de un fulano cualquiera. Uno más o manos en el interactuar forzado al que nos vemos obligados por vivir en sociedad se da cuenta de muchos de los gustos de una persona, gente que prefiere el colectivo antes que el tren, una moto antes que un auto, una biblioteca a internet, tal vez por la simple oposición o porque existen señales que no pueden ser ocultas. Son por otro lado estas mismas “pistas” que se revelan por si solas a las que más atentos debemos estar, si vemos salir a alguien de un kiosco dos veces con una botella de Fanta, no significa que la prefiera sobre la Sprite, ya simplemente, la posibilidad de que el kiosquero no tenga Sprite o que simplemente este natural y no de para tomarla así con 40 grados de calor es altamente probable también.  Veamos esas señales chicas, pero no construyamos estereotipos, esta bueno ir descubriendo cosas y sobre todo esta bueno descubrir a quien tenemos cerca.

Mi madre días atrás, sentada en la cocina de su casa, mientras me ponía el tazon de café con leche en la mesa me dijo: - vos y tu hermano no tienen de que quejarse, yo soy una muy buena madre - , acto seguido mi carcajada resonó en toda la cocina, por supuesto no se lo dije pero mi madre señores, ha hecho lo que pudo, pero no por eso se convirtió en una buena madre, claramente uno no tiene mucho derecho de lastimar con ese tipo de juicios, pero de forma simpática trate de hacerle entender a mi madre que determinados juicios de valores deberían quedar reservados solo a mi hermano y a mí. No revele si convencimiento sobre ser bueno en algo si no quiere que se lo hagan pedacitos, mientras tratan de no escupir el café con leche por el ataque de risa.

“Si le gusta, avíseme”, se vuelve hasta grosero en una tarjeta de presentación, creo que estaría bien para un chef, los gustos culinarios si dependen en gran medida del capricho de los otros, pero imagínese un amante dejando aquella tarjeta con un número telefónico en una mesa de luz,  hablaría del poco esfuerzo y de un desempeño mediocre, uno sabe cuando obra en función de hacer cosas que gusten y cuando no.

Acotar la sorpresa a un pollo al horno o a la parrilla, también me parece chato y poco revelador. Los  gustos son personales y deberían ser revelados con prudencia, imagino una carta llegando con una grabación de ensayo de metallica y una papelito donde Newsted escribiera “si te gusta, avisáme”. Señor, yo perdería las zapatillas ante eso, y así fuera Metallica cantando el feliz cumpleaños en checo, si, si me gustaría, porque uno con los gustos es poco exigente,  le gustan las milanesas y a menos que se atraque de milanesas y este descompuesto una semana siempre le van a gustar las milanesas.

No se devane los sesos tratando de pensar que es lo que le gusta a tal o cual persona, no se esfuerce por darle los gustos, porque aquello que realmente gusta, lo significativo, siempre siempre, se está muy lejos de averiguarlo.



Mariana

Lo que le guste, me avisa



          Las noches de lluvia en la calle siempre esconden una quimerita en una esquina, y las calles de Villa Tesei no son la excepción. Es que la gente de ahí es gente rara. Tienen parras, avenidas, algunos hasta detienen el tiempo. Esa noche de 1996 caminaba por ahí, en esas mismas calles naranjas de hoy, bajo un diluvio, solo, aburrido, desganado, disfrutando la imagen cinematográficamente loser que le estaba regalando a los que pasaban con los autos por Vergara, para hacerlos disfrutar más de la comodidad de su auto y de los beneficios de estar seco. Hay que reconocerlo, estoy seguro que  algunos, de corazón más noble, se condolían y hasta experimentaban algo cercano a la culpa. Ahí iba. Abajo del agua. Por Vergara. Esperando el milagro.

          La encontré en una esquina, empapada. Nos habíamos visto y habíamos tenido un acercamiento oculto bastante violento en un lugar y situación en la que ninguno de los dos podía darse el lujo de dedicarle tiempo al otro. Incómodos y desesperados nos perdimos sin intercambiar teléfonos o esquinas. No era necesario. Ninguno de los dos se sorprendió cuando mi caminata se acercó a ese toldito que le servía de útero. El agua se secó en esa esquina, en la otra, en el viejo y derruído cine ISA. La imagen cinematográfica súbitamente me había convertido en el héroe de esa historia, en el galán alado, ese que la barba de tres días le sienta como a nadie, ese que sabe cuál es el puestito que vende el mejor salame casero, ese que va por la calle una noche de mierda castigándose con un caramelo sin que le importe demasiado la mirada sobradora del oficial ni mucho menos la censuradora de la virgencita de al lado. Fuimos a casa y se fue con una remera seca, de algodón suave, recién comprada, blanca con las mangas negras y una imagen promocional de “Pandora’s box”, de Aerosmith, con la frase “Go ahead, open it!” Curiosamente tenía una capucha, también negra, que sirvió para que el pelo se le seque un poquito más. La acompañé a la casa, caminamos horas y éramos la única vida en esas calles que, de haber un dios, las olvidó hace décadas. Ejercimos nuestra juventud y sus ojos me enseñaron algo. Dejó mi nombre y su apodo tatuados con una llave en una galería que durante años le dijo al mundo que esa noche no se iba a borrar fácil y allá, en los absolutos arrabales del barrio, allá donde no se va seguido, allá donde siempre es advertencia, nos despedimos en la puerta de la más lluviosa de las casas a la que entró despidiéndose con una sonrisa y un gesto con la mano, cruzando el patio, entrando por el costado. Siempre todo a oscuras, siempre en los arrabales. Una relación aledaña.

          La bici era la extensión del cuerpo en esa Tesei de sol que crucé nuevamente, días después, en búsqueda del desengaño para obviamente encontrarlo. Nadie respondió y la casa parecía tan cerrada y abandonada como aquella noche. Lo único que delataba vida era el pasto cortado, pero no había ventana que haya sido abierta en años ni tampoco indicios por disimularlo. Miré por el costado, cogoteé. Me fui a Morón en la bicicleta, hago tiempo, doy una vuelta para mirar cosas que se transformen años después en nostalgias, vuelvo, nada, a casa. Volví a la semana con el mal presagio. Y cuando doblé apareció el espanto de frente; toda la cuadra había sido demolida, comenzaban las obras de la autopista del oeste, y entre ese montón de escombros, sepultado, mostrando la puntita de un recuerdo, quedó para siempre la duda.

          Meses después, en el arrabal de la otra punta del barrio y ya con el rictus de quien ha tenido ya al menos un desengaño, una moto queda frente a mí, andando a paso de hombre. Era una XR roja y embarrada, y la manejaba un sujeto que hoy recuerdo enorme, heroico, rubio de rulos largos, y con luciendo esa misma remera que le había dado aquella noche a aquella Indya intrigante. Miré a su acompañante y con alivio y sorpresa descubrí que no era ella, y cuando volví a mirar la remera para confirmar lo confirmado mis ojos se cruzaron con los amenazantes de esa especie de mono inmenso. No hubo necesidad que se baje, no pronuncié palabra. Bajé la mirada, no se preocupe, se la ganó en buena ley, y si no fue así igual se la regalo. Si quiere lo llevo al negocio donde la compré y lo que le guste, me avisa y se lo regalo también.

          Pero cuénteme…ella está bien? Porque estoy en Vergara, está lloviendo, y el milagro no aparece.



Fer