lunes, 14 de enero de 2013

Lo que le guste, me avisa



          Las noches de lluvia en la calle siempre esconden una quimerita en una esquina, y las calles de Villa Tesei no son la excepción. Es que la gente de ahí es gente rara. Tienen parras, avenidas, algunos hasta detienen el tiempo. Esa noche de 1996 caminaba por ahí, en esas mismas calles naranjas de hoy, bajo un diluvio, solo, aburrido, desganado, disfrutando la imagen cinematográficamente loser que le estaba regalando a los que pasaban con los autos por Vergara, para hacerlos disfrutar más de la comodidad de su auto y de los beneficios de estar seco. Hay que reconocerlo, estoy seguro que  algunos, de corazón más noble, se condolían y hasta experimentaban algo cercano a la culpa. Ahí iba. Abajo del agua. Por Vergara. Esperando el milagro.

          La encontré en una esquina, empapada. Nos habíamos visto y habíamos tenido un acercamiento oculto bastante violento en un lugar y situación en la que ninguno de los dos podía darse el lujo de dedicarle tiempo al otro. Incómodos y desesperados nos perdimos sin intercambiar teléfonos o esquinas. No era necesario. Ninguno de los dos se sorprendió cuando mi caminata se acercó a ese toldito que le servía de útero. El agua se secó en esa esquina, en la otra, en el viejo y derruído cine ISA. La imagen cinematográfica súbitamente me había convertido en el héroe de esa historia, en el galán alado, ese que la barba de tres días le sienta como a nadie, ese que sabe cuál es el puestito que vende el mejor salame casero, ese que va por la calle una noche de mierda castigándose con un caramelo sin que le importe demasiado la mirada sobradora del oficial ni mucho menos la censuradora de la virgencita de al lado. Fuimos a casa y se fue con una remera seca, de algodón suave, recién comprada, blanca con las mangas negras y una imagen promocional de “Pandora’s box”, de Aerosmith, con la frase “Go ahead, open it!” Curiosamente tenía una capucha, también negra, que sirvió para que el pelo se le seque un poquito más. La acompañé a la casa, caminamos horas y éramos la única vida en esas calles que, de haber un dios, las olvidó hace décadas. Ejercimos nuestra juventud y sus ojos me enseñaron algo. Dejó mi nombre y su apodo tatuados con una llave en una galería que durante años le dijo al mundo que esa noche no se iba a borrar fácil y allá, en los absolutos arrabales del barrio, allá donde no se va seguido, allá donde siempre es advertencia, nos despedimos en la puerta de la más lluviosa de las casas a la que entró despidiéndose con una sonrisa y un gesto con la mano, cruzando el patio, entrando por el costado. Siempre todo a oscuras, siempre en los arrabales. Una relación aledaña.

          La bici era la extensión del cuerpo en esa Tesei de sol que crucé nuevamente, días después, en búsqueda del desengaño para obviamente encontrarlo. Nadie respondió y la casa parecía tan cerrada y abandonada como aquella noche. Lo único que delataba vida era el pasto cortado, pero no había ventana que haya sido abierta en años ni tampoco indicios por disimularlo. Miré por el costado, cogoteé. Me fui a Morón en la bicicleta, hago tiempo, doy una vuelta para mirar cosas que se transformen años después en nostalgias, vuelvo, nada, a casa. Volví a la semana con el mal presagio. Y cuando doblé apareció el espanto de frente; toda la cuadra había sido demolida, comenzaban las obras de la autopista del oeste, y entre ese montón de escombros, sepultado, mostrando la puntita de un recuerdo, quedó para siempre la duda.

          Meses después, en el arrabal de la otra punta del barrio y ya con el rictus de quien ha tenido ya al menos un desengaño, una moto queda frente a mí, andando a paso de hombre. Era una XR roja y embarrada, y la manejaba un sujeto que hoy recuerdo enorme, heroico, rubio de rulos largos, y con luciendo esa misma remera que le había dado aquella noche a aquella Indya intrigante. Miré a su acompañante y con alivio y sorpresa descubrí que no era ella, y cuando volví a mirar la remera para confirmar lo confirmado mis ojos se cruzaron con los amenazantes de esa especie de mono inmenso. No hubo necesidad que se baje, no pronuncié palabra. Bajé la mirada, no se preocupe, se la ganó en buena ley, y si no fue así igual se la regalo. Si quiere lo llevo al negocio donde la compré y lo que le guste, me avisa y se lo regalo también.

          Pero cuénteme…ella está bien? Porque estoy en Vergara, está lloviendo, y el milagro no aparece.



Fer

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