Cuando recibió la noticia que
los tramites habían terminado, Ana se puso contenta, al fin, mas no fuera de
una forma más que indirecta, había tomado protagonismo en la familia. La vieja
casa de Haedo era ahora toda suya, aquella casa que su padre no había podido
tomar posesión, algo había pasado y los papeles de la sucesión prácticamente
tardaron un siglo. La casa había sido construida por Don Carlos Echavarría, quien era el padre del
bisabuelo de Ana. Ella no sabía bien qué lazo familiar los unía, pero era la
única heredera de esa casa en condiciones de heredarla.
Ana decidió llegar a la casa
mucho más temprano que el camión que había contratado para que moviera las
pocas cosas que tenía en su departamento a su nuevo hogar. Había decidido
mudarse allí desde el momento en que tuvo en sus manos la escritura que la
hacía propietaria. Si bien sabia que se alejaba bastante del centro, se contentó
con la idea de que, pese a que tantas veces tuvo la idea de vender su coche,
nunca lo había hecho, así que no la separaba más que media hora o un poquito
más de la universidad y del trabajo.
La casa pintaba una imagen
espantosa a simple vista, un frente de piedra, con amplios ventanales
enrejados, el pasto había ganado terreno sobre lo que parecía ser un camino de
cemento que conducía desde el gran portón que daba a la calle hasta la puerta
del frente, una enredadera había hecho lo suyo con las paredes y los postigones
que cubrían las aberturas parecían podridos al extremo. Suspiró y pensó que
había sido una buena decisión tomarse las vacaciones por adelantado, no contaba
con mucha plata para poder invertir en la casa y muchas cosas debería hacerlas
ella. La enorme puerta de madera de la entrada hizo muchísimo ruido cuando Ana
la empujo, y el piso de mármol blanco que cubría el camino de zaguán contaba
con una cantidad de manchas inimaginables. La siguiente puerta fue la más
trabajosa de abrir, la que comunicaba el zaguán a la casa propiamente dicha,
los vidrios estaban tapados con unas cortinas que en sus buenos tiempos
supieron ser blancas, ahora eran amarillas y solo tiras. La casa
estructuralmente estaba en buenas condiciones, le sorprendía que no hubiera
olor a encierro, ni a humedad, pensó que el jardín, el amplio jardín de la casa
ahora devenido en una especie de jungla había logrado con algunas flores
repeler casi todo tipo de aromas. De una mirada recorrió la gran sala, unos
pocos muebles que no eran más que madera ahora, las baldosas del piso estaban
casi perfectas debajo de una capa de tierra sobre la cual Ana dibujo unas
líneas con la punta de sus zapatillas, las paredes tenían algunos cuadros
familiares, en realidad de esa familia que ella no conocía y de la cual sabia
muy poco. La leyenda familiar contaba que el dueño de la casa había ido a
Colonia a hacer unos negocios y nunca más habían sabido de él, así la propiedad
había entrado en un ir y venir de papeleos legales hasta llegar finalmente a
ella.
La mudanza constaba realmente
de muy pocas cosas, unas 6 o 5 cajas, la cama, la heladera, una cocina y un
ropero. Los hombres del camión acomodaron todo. Bueno, no lo acomodaron, lo
descargaron y nada más, en la sala. A medida que oscurecía, Ana se convencía
mucho menos de pasar su primera noche en la casa, pensaba en la cantidad de
bichos que podía haber allí, y dudaba de las condiciones del techo, además
desconfiaba completamente de aquellos cables que no tenía idea de cómo habían
llegado ahí y que deberían proporcionar electricidad, busco su bolso entre las
cajas y llamó a Natalia, su mejor amiga, para avisarle que iría a dormir a su
casa. Ana había terminado el contrato de alquiler de su departamento, así que
no tenía muchas más opciones, mañana y con la luz del sol emprendería la tarea
limpieza y fumigación. Busco las llaves dentro de su cartera, y salió.
Eran las 8 de la mañana cuando
volvió a la vieja casona, había pasado
el día anterior por un supermercado así que se dispuso a descargar todo lo que
había comprado para limpiar del baúl, a las 10 llegaría el electricista, había
arreglado con Natalia de volver a ir a dormir a su casa siempre y cuando no
lograra poner al menos una habitación en condiciones. Decidió comenzar por un
cuarto, en el cual vacio casi dos aerosoles de insecticida antes de cerrar la
puerta y correr a la sala. El plan era esperar que el veneno hiciera efecto en
la habitación, mientras ella podía ir descolgando cuadros viejos y cortinados
de la sala mientras esperaba al técnico para que pudiera instalar la luz, así
que comenzó, las telas de las ventanas que daban a la calle cayeron en una gran
bolsa de basura inundando de polvo todo. Para las 11 y 30, cuando llegó el
electricista, la sala tenía los techos plumereados y el piso barrido. Habló
unas pocas palabras con el hombre y lo dejó hacer su trabajo, mientras se
dispuso a hacer lo mismo que en la sala con la habitación. Allí se demoro mucho
más, quería poder dormir en su “nueva” casa esa noche, por lo tanto quería
estar más que segura que todo estaría en habitables condiciones, por así
decirlo. Todavía quedaba pintar, reemplazar los cortinados…vamos, convertir
aquello en una casa.
Para las 5 de la tarde la sala,
el baño (al cual casi no se había atrevido a entrar), la cocina y dos de las
tres habitaciones tenían felizmente luz eléctrica. Quería abrazar a aquel
hombre que se fue con la promesa de terminar con lo que faltaba el día
siguiente. Ana se sintió feliz, todo marchaba más que bien y finalmente había
decidido pasar la noche allí. Con una mirada recorrió la sala, pero algo le
detuvo la mirada; las viejas paredes se encontraban intactas, algunas pocas
manchas, pero se mantenían sin siquiera una pequeña mancha de humedad, pero la
pared del fondo, justo donde había estado colgado el retrato de Don Carlos
durante tanto tiempo, tenía algo. No llegaba a ver bien desde donde estaba, así
que se acerco, y allí lo vio, era un agujero, del tamaño de una moneda de 10
centavos, pensó que podría ver la cocina desde la sala y sonrió pensando en que
podría espiar a sus amigos cuando los invitara a comer, ellos estarían en la
sala y ella podría ver que hacían desde la cocina. Posó sus manos a los lados
del pequeño agujero y se inclinó, con un ojo cerrado y otro abierto, para ver
hacia la cocina, y se sorprendió al momento en que se dio cuenta que esa no era
la cocina que estaba del otro lado de la pared. Bueno, sí era la misma, pero
diferente, era una cocina nueva recién construida, con el gran horno de hierro
que aún conservaba su brillante color, con una mesa de madera muy grande y unas
cuantas sillas. Pensó que sería su cansancio, pero salió expelida y cayó al
piso en el momento que una persona completamente desconocida para ella cruzo la
cocina. Sentada en el piso, a causa del impulso que tomó para alejarse de la
pared, se refregó los ojos una y otra vez, volvió a pensar que era el cansancio
y decidió continuar con sus tareas de limpieza, estaba verdaderamente cansada.
No podía evitar dejar de pensar en la imagen, la cocina había sido cruzada por
aquella joven mujer de extrañas vestimentas, un vestido largo y algo entallado,
pero con una importante falda y aquel sombrero, parecía verdaderamente alguien
del pasado. Continuó limpiando pero sin dejar de poder mirar casi todo el
tiempo hacia aquella pared. La noche la sorprendió, por lo que rendida se tiro
en la cama y se durmió.
A las 9 de la mañana la
despertaron golpes en la puerta. El electricista había vuelto. Le abrió, y
mientras el hombre entraba en la sala, Ana le pregunto: - Antonio, ¿con que
puedo tapar ese agujero de la pared de enfrente? Atraviesa toda la pared. El
hombre, sin darle demasiada importancia, sugirió un poco de enduído a pesar de no dirigir la mirada al muro. El
hombre terminó mucho más temprano ese día, Ana le pagó por el trabajo de las
dos jornadas, y por primera vez sintió hambre. Salió de la casa y fue hasta un
pequeño almacén que había a una cuadra. Compró un poco de fiambre, pan y una
gaseosa. Cuando volvió a la casa se rió al darse cuenta que no tenia mesa, así
que se sentó en el piso y comió un poco. No pudo resistir la tentación y, con
la panza llena, volvió a acercarse a la pared. Se detuvo unos minutos frente al
agujero hasta que de golpe tomó coraje y volvió a mirar, esta vez mentalizada
que no se asustaría viera lo que viera; si bien el susto había sido grande, la
curiosidad también lo era. Respiró hondo y repitiendo la operación del día
anterior, pego su cara al muro y comenzó a mirar…otra vez la misma cocina, su
cocina, pero sin serlo y otra vez de golpe aquella joven mujer, esta vez
sentada a una antigua mesa de madera, llorando, otra mujer vestida con ropas
mucho más baratas la consolaba poniéndole una mano en el hombro y haciéndole
unas tiernas caricias sobre la cabeza… Ana no podía contener su agitación, pero
algo la mantenía pegada allí. Esta vez era diferente, no solo veía sino que
también oía, la joven que lloraba se llamaba Martina, y la dama que la
consolaba continuamente le daba palabras de aliento. La joven se paró. Ana
había escuchado pasos pero su rango de visión era muy corto, continuamente se
repetía que debía mantener la calma, respiraba mas y mas profundo, sentía en
temblequeo en las piernas y en los brazos, pero una vez más algo la mantenía
pegada allí. Los pasos pertenecían a un hombre, no pudo contenerse y gritó al
reconocerlo; era Carlos Echavarría, el antiguo propietario de la casa. Una vez
más, Ana se encontró sentada en el piso producto de la caída al momento de
alejarse de la pared.
Ana pensó que no podía
continuar con eso, pensó que finalmente estaba volviéndose loca, tenía miedo,
mucho miedo. Pensó en dejar la casa, volver a cerrarla y tratar de venderla,
pero algo había que la impulsaba a quedarse, algo la mantenía a querer seguir
mirando a pesar de su miedo. Comprendió que esa gente eran los antiguos
habitantes de la casa y que algo había pasado, comenzó a tranquilizarse
pensando que tal vez ella podría descubrir qué había pasado con el dueño
original, pensó que era una especie de mensaje, se sintió agotada,
completamente, se incorporó y decidió salir a caminar un rato, la casa ya estaba
limpia y ella necesitaba despejarse. Tomó su bolso, puso dentro los cigarrillos
a la vez que sacaba uno para prenderlo y salió.
La noche había caído cuando Ana
volvió a la casa decidida de una vez a quedarse, esa era su casa. Miraría solo
una vez más por el agujero y luego lo taparía, ya estaba decidido. Dejo su
bolso en el piso, y se dispuso a mirar. La imagen se repetía, en realidad no la
imagen sino el decorado, esta vez sentado a la mesa se encontraba don Carlos
con un joven varón, Ana pensó que era un joven atractivo, comenzó a escuchar
que hablaban de unos campos en Colonia, y pensó que por fin podría atar algunos
cabos, por lo que se intereso mucho mas por lo que veía y escuchaba, escucho
que los hombres nombraban a aquella joven que había visto esa misma tarde
llorando, varias veces hablaron de Martina, y sobre cómo se podría resolver el
casamiento que haría propietario a Don Carlos de aquellos campos en Uruguay. Así
fue como Ana entendió que la joven también guardaba alguna relación familiar con
ella, puesto que el antiguo dueño de la casa era su padre. Los hombres
continuaron hablando por un buen rato, el cansancio se había apoderado de Ana,
que cayó dormida junto a la pared. Sobresaltada como quien olvida algo, se
despertó a la mitad de la noche, se incorporó y volvió a mirar por el agujero,
Martina apareció por una puerta, (una puerta que por lo poco que Ana lograba
ver comunicaba con el jardín, tal como lo hacia la puerta de la cocina
actualmente). La muchacha llevaba una vela en su mano y no cerró la puerta por
completo. Un minuto después atravesó la puerta un joven con ropas humildes, que
tomó a Martina por la cintura y la besó apasionadamente. Ana se sorprendió,
nada tenía que ver este nuevo joven con el que Don Carlos había hablado a la
tarde. Los jóvenes continuaron besándose, pero Martina no podía contener su
angustia, sollozaba constantemente, el joven la apartó por un momento y comenzó
a hablar sobre escapar, sobre unos familiares que él tenía cerca de La Pampa,
que allí serian bien recibidos. Hablaba sobre cómo podrían instalarse allí,
sobre conseguir trabajo en alguna de las grandes estancias de la zona. Pintaba
una vida feliz para Martina, que no lograba manejar su angustia. El joven la
besó nuevamente, y Ana no lograba comprender por qué la angustia de la joven
calaba tan profundo en ella, era como si la compartiera. Ana no lograba quitar
su mirada, no pudo hacerlo incluso cuando los jóvenes consumaron su amor sobre
aquella misma mesa que ya se había transformado en protagonista de todas estas
historias.
A la mañana siguiente Martina
se encontraba desayunando cuando su padre hizo su entrada a la cocina, miró a
su hija y le comunicó con voz seca que el casamiento con Federico Anchorena,
hijo del mayor ganadero de la zona, había sido ya fechado. Martina no alejó su
mirada en ningún momento de la taza y la mesa; el padre dio el comunicado y se
marcho sin decir nada más. La joven, cuando se aseguró que su padre se había
alejado lo suficiente, rompió en llanto. Una vez más, la mujer de baratas ropas
la consoló.
Ana comprendió de golpe todo.
Martina, enamorada de otro hombre, debía casarse por el interés de su padre con
alguien a quien no amaba. Se alejó de la pared por primera vez en horas y
horas, prendió un cigarrillo y comenzó a llorar.
Cuando se tranquilizó volvió a
mirar. La alteró sobremanera cómo todo se había oscurecido. No se había dado
cuenta que la noche había caído, la puerta se abrió lentamente y pensó que la
historia de la noche anterior se repetiría, pero para su sorpresa quien
apareció fue Carlos, que prendió el candelero, tomó un trapo que estaba sobre
la cocina y envolvió en él un revolver. Luego tomó el paquete que él mismo
había hecho, apagó la luz y se marchó. Ana estaba sumamente sobresaltada, nada
pasaba ahora en la antigua cocina, prendió un cigarrillo tras otro, caminó como
loca por toda la sala, esperaba algún movimiento, ¿qué hacia aquel hombre con
un revolver? ¿Por qué Martina no aparecía en escena? ¿Que había pasado?
Muy temprano, por la mañana, la
mujer que consolaba días anteriores a Martina preparaba el desayuno. Un hombre
entró a la cocina y habló con la mujer, algo le dijo de un tal Pedro, muerto
cerca de la tranquera de la parte de atrás de la casa, muerto de un balazo y
sobre la necesidad de hablar con el patrón ya que debían buscar un nuevo peón. La
mujer se hizo para atrás como horrorizada, no podía creer la noticia que este
hombre, totalmente desconocido para Ana, le estaba dando. Ana no entendía
nada….Martina irrumpió en la cocina, miro a la mujer, miro al hombre, y ante
las caras que ambos tenían, comenzó a indagarlos, hasta que la mujer mayor
soltó solo tres palabras,
- Mataron a Pedro.
Martina lanzó un grito
desgarrador al tiempo que caía de rodillas, presa del llanto más angustioso que
Ana hubiera oído alguna vez. Ana lloro con ella.
No pudo despegarse de la pared
durante días. Ana no comía, no se bañaba, los cigarrillos se habían acabado, no
atendía su celular que había sonado varias veces, no podía alejar su mirada, la
casa continuaba con su ritmo, gente iba y venía, Martina continuaba llorando,
Carlos evitaba a su hija constantemente, las noches eran silenciosas y la
cocina moría después de la cena. Una mañana fue muy diferente, Martina fijo la
vista en dirección al agujero durante varios minutos, la mujer mayor se acerco
a la joven, la beso en la cabeza y le comunico que debía vestirse, Ana entendió
por las palabras de las mujeres que era el día de la boda. El cansancio se
apodero de ella, poco a poco, se deslizo por la pared y una vez más se quedo
dormida en el piso.
Cuando despertó se sintió rara.
No estaba en la sala de la antigua casa, era una habitación amplia, blanca, y estaba
recostada sobre una suave cama. Abrió los ojos de a poco, había mucha luz. Ana
había pasado los últimos días, las últimas semanas, a oscuras en aquella sala,
perdida en lo que lograba divisar por aquel agujero. Le costaba enfocar la
vista en aquella habitación llena de luz. Una voz conocida la tranquilizó; vio
una figura que se acercaba a ella y se sentaba a los pies de la cama, tapando
la luz que provenía de las ventanas. Ana se sobresaltó y se golpeó contra la
pared de la cabecera de la cama: ante ella, en carne y hueso, más real que
nadie, estaba Martina, quien la abrazo y, para aumentar el shock de Ana, dijo:
-Tenía miedo que no llegarás nunca, no iba a poder continuar el casamiento si
no estabas cerca mío. Gracias.
Ana estaba paralizada. Miraba
para todos lados como un animal encerrado, no conocía el lugar, no sabía cómo
había llegado allí, pero algo internamente la hacía sentirse familiar con ese
ámbito. Martina le indicó una silla sobre la cual había un pomposo vestido. Era
para Ana, quien se incorporó y fue a buscarlo. La joven futura novia, mirándola,
le comunicó que debía estar lista enseguida, por favor, ya que la ceremonia
comenzaría en unos pocos minutos. Ana la abrazó. “Ya estoy aquí”, susurró, y
Martina le devolvió una sonrisa, al tiempo que salía de la habitación y Ana se
disponía a cambiarse.
Mariana