viernes, 25 de mayo de 2012

El agujerito en la pared


Cuando recibió la noticia que los tramites habían terminado, Ana se puso contenta, al fin, mas no fuera de una forma más que indirecta, había tomado protagonismo en la familia. La vieja casa de Haedo era ahora toda suya, aquella casa que su padre no había podido tomar posesión, algo había pasado y los papeles de la sucesión prácticamente tardaron un siglo. La casa había sido construida por  Don Carlos Echavarría, quien era el padre del bisabuelo de Ana. Ella no sabía bien qué lazo familiar los unía, pero era la única heredera de esa casa en condiciones de heredarla. 

Ana decidió llegar a la casa mucho más temprano que el camión que había contratado para que moviera las pocas cosas que tenía en su departamento a su nuevo hogar. Había decidido mudarse allí desde el momento en que tuvo en sus manos la escritura que la hacía propietaria. Si bien sabia que se alejaba bastante del centro, se contentó con la idea de que, pese a que tantas veces tuvo la idea de vender su coche, nunca lo había hecho, así que no la separaba más que media hora o un poquito más de la universidad y del trabajo.

La casa pintaba una imagen espantosa a simple vista, un frente de piedra, con amplios ventanales enrejados, el pasto había ganado terreno sobre lo que parecía ser un camino de cemento que conducía desde el gran portón que daba a la calle hasta la puerta del frente, una enredadera había hecho lo suyo con las paredes y los postigones que cubrían las aberturas parecían podridos al extremo. Suspiró y pensó que había sido una buena decisión tomarse las vacaciones por adelantado, no contaba con mucha plata para poder invertir en la casa y muchas cosas debería hacerlas ella. La enorme puerta de madera de la entrada hizo muchísimo ruido cuando Ana la empujo, y el piso de mármol blanco que cubría el camino de zaguán contaba con una cantidad de manchas inimaginables. La siguiente puerta fue la más trabajosa de abrir, la que comunicaba el zaguán a la casa propiamente dicha, los vidrios estaban tapados con unas cortinas que en sus buenos tiempos supieron ser blancas, ahora eran amarillas y solo tiras. La casa estructuralmente estaba en buenas condiciones, le sorprendía que no hubiera olor a encierro, ni a humedad, pensó que el jardín, el amplio jardín de la casa ahora devenido en una especie de jungla había logrado con algunas flores repeler casi todo tipo de aromas. De una mirada recorrió la gran sala, unos pocos muebles que no eran más que madera ahora, las baldosas del piso estaban casi perfectas debajo de una capa de tierra sobre la cual Ana dibujo unas líneas con la punta de sus zapatillas, las paredes tenían algunos cuadros familiares, en realidad de esa familia que ella no conocía y de la cual sabia muy poco. La leyenda familiar contaba que el dueño de la casa había ido a Colonia a hacer unos negocios y nunca más habían sabido de él, así la propiedad había entrado en un ir y venir de papeleos legales hasta llegar finalmente a ella.

La mudanza constaba realmente de muy pocas cosas, unas 6 o 5 cajas, la cama, la heladera, una cocina y un ropero. Los hombres del camión acomodaron todo. Bueno, no lo acomodaron, lo descargaron y nada más, en la sala. A medida que oscurecía, Ana se convencía mucho menos de pasar su primera noche en la casa, pensaba en la cantidad de bichos que podía haber allí, y dudaba de las condiciones del techo, además desconfiaba completamente de aquellos cables que no tenía idea de cómo habían llegado ahí y que deberían proporcionar electricidad, busco su bolso entre las cajas y llamó a Natalia, su mejor amiga, para avisarle que iría a dormir a su casa. Ana había terminado el contrato de alquiler de su departamento, así que no tenía muchas más opciones, mañana y con la luz del sol emprendería la tarea limpieza y fumigación. Busco las llaves dentro de su cartera, y salió.

Eran las 8 de la mañana cuando volvió  a la vieja casona, había pasado el día anterior por un supermercado así que se dispuso a descargar todo lo que había comprado para limpiar del baúl, a las 10 llegaría el electricista, había arreglado con Natalia de volver a ir a dormir a su casa siempre y cuando no lograra poner al menos una habitación en condiciones. Decidió comenzar por un cuarto, en el cual vacio casi dos aerosoles de insecticida antes de cerrar la puerta y correr a la sala. El plan era esperar que el veneno hiciera efecto en la habitación, mientras ella podía ir descolgando cuadros viejos y cortinados de la sala mientras esperaba al técnico para que pudiera instalar la luz, así que comenzó, las telas de las ventanas que daban a la calle cayeron en una gran bolsa de basura inundando de polvo todo. Para las 11 y 30, cuando llegó el electricista, la sala tenía los techos plumereados y el piso barrido. Habló unas pocas palabras con el hombre y lo dejó hacer su trabajo, mientras se dispuso a hacer lo mismo que en la sala con la habitación. Allí se demoro mucho más, quería poder dormir en su “nueva” casa esa noche, por lo tanto quería estar más que segura que todo estaría en habitables condiciones, por así decirlo. Todavía quedaba pintar, reemplazar los cortinados…vamos, convertir aquello en una casa.

Para las 5 de la tarde la sala, el baño (al cual casi no se había atrevido a entrar), la cocina y dos de las tres habitaciones tenían felizmente luz eléctrica. Quería abrazar a aquel hombre que se fue con la promesa de terminar con lo que faltaba el día siguiente. Ana se sintió feliz, todo marchaba más que bien y finalmente había decidido pasar la noche allí. Con una mirada recorrió la sala, pero algo le detuvo la mirada; las viejas paredes se encontraban intactas, algunas pocas manchas, pero se mantenían sin siquiera una pequeña mancha de humedad, pero la pared del fondo, justo donde había estado colgado el retrato de Don Carlos durante tanto tiempo, tenía algo. No llegaba a ver bien desde donde estaba, así que se acerco, y allí lo vio, era un agujero, del tamaño de una moneda de 10 centavos, pensó que podría ver la cocina desde la sala y sonrió pensando en que podría espiar a sus amigos cuando los invitara a comer, ellos estarían en la sala y ella podría ver que hacían desde la cocina. Posó sus manos a los lados del pequeño agujero y se inclinó, con un ojo cerrado y otro abierto, para ver hacia la cocina, y se sorprendió al momento en que se dio cuenta que esa no era la cocina que estaba del otro lado de la pared. Bueno, sí era la misma, pero diferente, era una cocina nueva recién construida, con el gran horno de hierro que aún conservaba su brillante color, con una mesa de madera muy grande y unas cuantas sillas. Pensó que sería su cansancio, pero salió expelida y cayó al piso en el momento que una persona completamente desconocida para ella cruzo la cocina. Sentada en el piso, a causa del impulso que tomó para alejarse de la pared, se refregó los ojos una y otra vez, volvió a pensar que era el cansancio y decidió continuar con sus tareas de limpieza, estaba verdaderamente cansada. No podía evitar dejar de pensar en la imagen, la cocina había sido cruzada por aquella joven mujer de extrañas vestimentas, un vestido largo y algo entallado, pero con una importante falda y aquel sombrero, parecía verdaderamente alguien del pasado. Continuó limpiando pero sin dejar de poder mirar casi todo el tiempo hacia aquella pared. La noche la sorprendió, por lo que rendida se tiro en la cama y se durmió.

A las 9 de la mañana la despertaron golpes en la puerta. El electricista había vuelto. Le abrió, y mientras el hombre entraba en la sala, Ana le pregunto: - Antonio, ¿con que puedo tapar ese agujero de la pared de enfrente? Atraviesa toda la pared. El hombre, sin darle demasiada importancia, sugirió un poco de enduído  a pesar de no dirigir la mirada al muro. El hombre terminó mucho más temprano ese día, Ana le pagó por el trabajo de las dos jornadas, y por primera vez sintió hambre. Salió de la casa y fue hasta un pequeño almacén que había a una cuadra. Compró un poco de fiambre, pan y una gaseosa. Cuando volvió a la casa se rió al darse cuenta que no tenia mesa, así que se sentó en el piso y comió un poco. No pudo resistir la tentación y, con la panza llena, volvió a acercarse a la pared. Se detuvo unos minutos frente al agujero hasta que de golpe tomó coraje y volvió a mirar, esta vez mentalizada que no se asustaría viera lo que viera; si bien el susto había sido grande, la curiosidad también lo era. Respiró hondo y repitiendo la operación del día anterior, pego su cara al muro y comenzó a mirar…otra vez la misma cocina, su cocina, pero sin serlo y otra vez de golpe aquella joven mujer, esta vez sentada a una antigua mesa de madera, llorando, otra mujer vestida con ropas mucho más baratas la consolaba poniéndole una mano en el hombro y haciéndole unas tiernas caricias sobre la cabeza… Ana no podía contener su agitación, pero algo la mantenía pegada allí. Esta vez era diferente, no solo veía sino que también oía, la joven que lloraba se llamaba Martina, y la dama que la consolaba continuamente le daba palabras de aliento. La joven se paró. Ana había escuchado pasos pero su rango de visión era muy corto, continuamente se repetía que debía mantener la calma, respiraba mas y mas profundo, sentía en temblequeo en las piernas y en los brazos, pero una vez más algo la mantenía pegada allí. Los pasos pertenecían a un hombre, no pudo contenerse y gritó al reconocerlo; era Carlos Echavarría, el antiguo propietario de la casa. Una vez más, Ana se encontró sentada en el piso producto de la caída al momento de alejarse de la pared. 

Ana pensó que no podía continuar con eso, pensó que finalmente estaba volviéndose loca, tenía miedo, mucho miedo. Pensó en dejar la casa, volver a cerrarla y tratar de venderla, pero algo había que la impulsaba a quedarse, algo la mantenía a querer seguir mirando a pesar de su miedo. Comprendió que esa gente eran los antiguos habitantes de la casa y que algo había pasado, comenzó a tranquilizarse pensando que tal vez ella podría descubrir qué había pasado con el dueño original, pensó que era una especie de mensaje, se sintió agotada, completamente, se incorporó y decidió salir a caminar un rato, la casa ya estaba limpia y ella necesitaba despejarse. Tomó su bolso, puso dentro los cigarrillos a la vez que sacaba uno para prenderlo y salió.

La noche había caído cuando Ana volvió a la casa decidida de una vez a quedarse, esa era su casa. Miraría solo una vez más por el agujero y luego lo taparía, ya estaba decidido. Dejo su bolso en el piso, y se dispuso a mirar. La imagen se repetía, en realidad no la imagen sino el decorado, esta vez sentado a la mesa se encontraba don Carlos con un joven varón, Ana pensó que era un joven atractivo, comenzó a escuchar que hablaban de unos campos en Colonia, y pensó que por fin podría atar algunos cabos, por lo que se intereso mucho mas por lo que veía y escuchaba, escucho que los hombres nombraban a aquella joven que había visto esa misma tarde llorando, varias veces hablaron de Martina, y sobre cómo se podría resolver el casamiento que haría propietario a Don Carlos de aquellos campos en Uruguay. Así fue como Ana entendió que la joven también guardaba alguna relación familiar con ella, puesto que el antiguo dueño de la casa era su padre. Los hombres continuaron hablando por un buen rato, el cansancio se había apoderado de Ana, que cayó dormida junto a la pared. Sobresaltada como quien olvida algo, se despertó a la mitad de la noche, se incorporó y volvió a mirar por el agujero, Martina apareció por una puerta, (una puerta que por lo poco que Ana lograba ver comunicaba con el jardín, tal como lo hacia la puerta de la cocina actualmente). La muchacha llevaba una vela en su mano y no cerró la puerta por completo. Un minuto después atravesó la puerta un joven con ropas humildes, que tomó a Martina por la cintura y la besó apasionadamente. Ana se sorprendió, nada tenía que ver este nuevo joven con el que Don Carlos había hablado a la tarde. Los jóvenes continuaron besándose, pero Martina no podía contener su angustia, sollozaba constantemente, el joven la apartó por un momento y comenzó a hablar sobre escapar, sobre unos familiares que él tenía cerca de La Pampa, que allí serian bien recibidos. Hablaba sobre cómo podrían instalarse allí, sobre conseguir trabajo en alguna de las grandes estancias de la zona. Pintaba una vida feliz para Martina, que no lograba manejar su angustia. El joven la besó nuevamente, y Ana no lograba comprender por qué la angustia de la joven calaba tan profundo en ella, era como si la compartiera. Ana no lograba quitar su mirada, no pudo hacerlo incluso cuando los jóvenes consumaron su amor sobre aquella misma mesa que ya se había transformado en protagonista de todas estas historias.

A la mañana siguiente Martina se encontraba desayunando cuando su padre hizo su entrada a la cocina, miró a su hija y le comunicó con voz seca que el casamiento con Federico Anchorena, hijo del mayor ganadero de la zona, había sido ya fechado. Martina no alejó su mirada en ningún momento de la taza y la mesa; el padre dio el comunicado y se marcho sin decir nada más. La joven, cuando se aseguró que su padre se había alejado lo suficiente, rompió en llanto. Una vez más, la mujer de baratas ropas la consoló. 

Ana comprendió de golpe todo. Martina, enamorada de otro hombre, debía casarse por el interés de su padre con alguien a quien no amaba. Se alejó de la pared por primera vez en horas y horas, prendió un cigarrillo y comenzó a llorar.

Cuando se tranquilizó volvió a mirar. La alteró sobremanera cómo todo se había oscurecido. No se había dado cuenta que la noche había caído, la puerta se abrió lentamente y pensó que la historia de la noche anterior se repetiría, pero para su sorpresa quien apareció fue Carlos, que prendió el candelero, tomó un trapo que estaba sobre la cocina y envolvió en él un revolver. Luego tomó el paquete que él mismo había hecho, apagó la luz y se marchó. Ana estaba sumamente sobresaltada, nada pasaba ahora en la antigua cocina, prendió un cigarrillo tras otro, caminó como loca por toda la sala, esperaba algún movimiento, ¿qué hacia aquel hombre con un revolver? ¿Por qué Martina no aparecía en escena? ¿Que había pasado? 

Muy temprano, por la mañana, la mujer que consolaba días anteriores a Martina preparaba el desayuno. Un hombre entró a la cocina y habló con la mujer, algo le dijo de un tal Pedro, muerto cerca de la tranquera de la parte de atrás de la casa, muerto de un balazo y sobre la necesidad de hablar con el patrón ya que debían buscar un nuevo peón. La mujer se hizo para atrás como horrorizada, no podía creer la noticia que este hombre, totalmente desconocido para Ana, le estaba dando. Ana no entendía nada….Martina irrumpió en la cocina, miro a la mujer, miro al hombre, y ante las caras que ambos tenían, comenzó a indagarlos, hasta que la mujer mayor soltó solo tres palabras,       

- Mataron a Pedro.

Martina lanzó un grito desgarrador al tiempo que caía de rodillas, presa del llanto más angustioso que Ana hubiera oído alguna vez. Ana lloro con ella.

No pudo despegarse de la pared durante días. Ana no comía, no se bañaba, los cigarrillos se habían acabado, no atendía su celular que había sonado varias veces, no podía alejar su mirada, la casa continuaba con su ritmo, gente iba y venía, Martina continuaba llorando, Carlos evitaba a su hija constantemente, las noches eran silenciosas y la cocina moría después de la cena. Una mañana fue muy diferente, Martina fijo la vista en dirección al agujero durante varios minutos, la mujer mayor se acerco a la joven, la beso en la cabeza y le comunico que debía vestirse, Ana entendió por las palabras de las mujeres que era el día de la boda. El cansancio se apodero de ella, poco a poco, se deslizo por la pared y una vez más se quedo dormida en el piso.

Cuando despertó se sintió rara. No estaba en la sala de la antigua casa, era una habitación amplia, blanca, y estaba recostada sobre una suave cama. Abrió los ojos de a poco, había mucha luz. Ana había pasado los últimos días, las últimas semanas, a oscuras en aquella sala, perdida en lo que lograba divisar por aquel agujero. Le costaba enfocar la vista en aquella habitación llena de luz. Una voz conocida la tranquilizó; vio una figura que se acercaba a ella y se sentaba a los pies de la cama, tapando la luz que provenía de las ventanas. Ana se sobresaltó y se golpeó contra la pared de la cabecera de la cama: ante ella, en carne y hueso, más real que nadie, estaba Martina, quien la abrazo y, para aumentar el shock de Ana, dijo: -Tenía miedo que no llegarás nunca, no iba a poder continuar el casamiento si no estabas cerca mío. Gracias. 

Ana estaba paralizada. Miraba para todos lados como un animal encerrado, no conocía el lugar, no sabía cómo había llegado allí, pero algo internamente la hacía sentirse familiar con ese ámbito. Martina le indicó una silla sobre la cual había un pomposo vestido. Era para Ana, quien se incorporó y fue a buscarlo. La joven futura novia, mirándola, le comunicó que debía estar lista enseguida, por favor, ya que la ceremonia comenzaría en unos pocos minutos. Ana la abrazó. “Ya estoy aquí”, susurró, y Martina le devolvió una sonrisa, al tiempo que salía de la habitación y Ana se disponía a cambiarse.








Mariana

El agujerito en la pared


      La tarde del 4 de noviembre de 1967 Robert McDonell ingresó por vez primera al lugar que estaba destinado a ser su morada por los próximos cuatro meses. La condena, que quizás parecía exagerada teniendo en cuenta el delito cometido, parecía justa dentro de un sistema que comenzaba a tratar de dar muestras de firmeza, dentro de un contexto en el que cualquier tipo de rebelión social o política que incipientemente surgía trataba de ser desactivada. Eran tiempos de despertar para aquellos que disentían con  las políticas de guerra implementadas en su país, eran tiempos de quitarse las vendas de los ojos. Eran tiempos en que el sexo comenzaba a vivirse libremente, tiempos en los que el hombre comenzaba a dejarse el pelo largo y las mujeres olvidaban sus corpiños, quizás viendo a la prenda como un objeto más que cercena, que encadena, que censura, y que, acorde a la embrionaria idea de liberación de esas ataduras que no se pueden ver, impedía el libre rebote de sus pechos al caminar.

      McDonell, para sus amigos simplemente Rob, estaba enrolado en este concepto. Formaba parte del Centro de Estudiantes de su colegio aunque estaba a meses de recibirse, y había comenzado, sabiendo que se acercaba el momento de finalizar sus estudios, a sembrar lentamente la semilla de la conciencia en sus compañeros menores. Mediante periódicas e informales reuniones trataba de acercar a alumnos de cursos menores, e internamente (y quizás inconscientemente) buscaba en las miradas de esos chicos tan puros, tan crudos, tan vírgenes, a aquel que pudiera a futuro reemplazarlo en su importantísima función dentro del Centro de Estudiantes. Consideraba con toda justicia que los más chicos seguían dogmas perimidos que sus padres les inculcaban mediante el simple pero efectivo método del cinturonazo, y veía en sus ojos que esos chicos querían ser como ellos. Estar en el frente, escupir la guerra, tocar los solos de la guitarra de George Harrison y salir con esas chicas tan lindas, con su pelo tan largo, y con esas rebotantes tetas que se les asemejaban como un paraíso lejano. “Estos chicos son cemento fresco”, solía decirles a sus compañeros, “y el cemento fresco, como lo marcas, queda para toda la vida. Si vamos a marcarlos, que sea la marca correcta”.

      Una de esas chicas, quizás la más linda, se llamaba Rita. Era rubia, de pelo ondulado y siempre suelto, ese tipo de pelo que es amigo del viento y que por más que no sea peinado por horas siempre se mantenía dentro de una hermosa desprolijidad. Rita era novia de Rob desde hacía un año. Juntos conformaban una pareja que gozaba no sólo de cariño sino también de admiración: eran dos personas que hablaban mucho y bien, con conceptos claros, y eran tomados muy a menudo como fuente de consejo dentro de su grupo de amigos. Sus opiniones siempre eran válidas y su intención de ayudar, inagotable. Si alguien necesitaba a Rob o a Rita, siempre iban a estar dispuestos a ayudar de cualquier forma que sea posible.

      Rita comenzó a formar parte del “movimiento de liberación” (como ella le llamaba) gracias a su hermano Kenneth. Ken formó parte del primer movimiento; escuchó los rumores libertarios en su esquina y abrazó la postura antibélica como modo de vida, y tal grado de responsabilidad tomó que terminó por tener él también una postura combativa; no temía a la policía, ni a sus palos, ni a sus perros. Muy por el contrario, los sabía enemigos, los sentía representantes y defensores de ese sistema opresor y déspota, y muchas veces se encontró realizando actos en los que quizás no creía, pero los efectuaba con el único fin de demostrar que se encontraba en la vereda opuesta. Quizás perdía a veces el foco, pero iba donde su corazón le dictaba y eso le bastaba para desactivar cualquier atisbo de calma que algún amigo sugiriera en alguna eventual charla nocturna. Adoctrinó a sus amigos y a su propia y única hermana, logrando que sus padres les retiren definitivamente la palabra. Lejos de amilanarse tomó aquel rechazo paterno como una confirmación del camino tomado. Se mudó a una casa junto a varios amigos, e hizo del confronte su modo de vida.
      Durante una protesta en las afueras de una comisaría John tomó, como siempre, la primera línea de combate. Uno de sus amigos había sido detenido por portación de cabello largo y Ken organizó una reunión para exigir su liberación. El Centro de Estudiantes del cual Rob y Rita formaban parte no fue avisado, porque Ken internamente sabía que las ideas pacíficas que ellos mantenían no iban a poder sostenerse en esa situación.

      El primer intento de represión de los policías que se apostaban en la puerta de la comisaría sólo logró exasperar más los caldeados ánimos. Ken explotó de furia cuando vio que el primer palazo acertaba en la espalda de su novia. Enceguecido corrió hacia el policía que, antes de poder reaccionar, veía su mandíbula estallar en sangre por los golpes de Ken. Lo tiró al piso y, trabándole el pecho con una rodilla, golpeó repetidamente en el rostro del oficial hasta que sonó el estruendo. La bala fue una sola, certera, en el centro de su nuca. Murió instantáneamente. Tres amigos suyos fueron detenidos. El cuerpo de Ken desapareció.

      Finalizando el mes de septiembre Rob fue detenido en una protesta en reclamo del cuerpo de su cuñado. Dicha protesta, que en un principio fue planteada como pacífica, cambió velozmente de rumbo cuando los oficiales de policía, con sus provocaciones, finalmente lograron su objetivo; desmadrar la situación para poder justificar la violenta represalia que internamente deseaban. Un oficial gordo y con marcas en su rostro se acercó a la posición de Rita y Rob, y caminando delante suyo con la soberbia del que sabe que tiene la potestad del mango de la sartén, y mirando hacia otro lado, musitó suavemente “Pareciera que nunca aprenden… ¿serán como ese pobre idiota que se creyó hombre y terminó sacrificado como un perrito enfermo?”. Rob, rápido de reflejos, le contestó “Pareciera que nunca aprenden… ¿será que los pobres idiotas se creen hombres por sacrificar gente como perritos enfermos?”.

      Como se trató de dar una medida ejemplar que limpie en apariencia la ya herida reputación de la justicia, se lo condenó a cuatro meses de prisión por varios cargos, entre los que se incluyeron los lógicos por incitación a la violencia, irrespeto por la autoridad y disturbios en la vía pública. El fallo fue llamativamente veloz. La pena a cumplirse iba a ser efectiva en una celda de una enorme comisaría en los límites de la ciudad. La misma enorme comisaría en la que su cuñado había dejado la vida en un arrebato de furia.

      Cuando Rob ingresó a la celda miró lentamente a su alrededor, poniendo a prueba su capacidad de adaptación. La pared que le había tocado en suerte daba directamente a la vereda de la calle y una pequeñísima e inalcanzable ventana le acercaban un atisbo de luz y algún eventual sonido de un auto que pasaba. Hacía instantes que lo habían despojado de sus zapatos, de su pantalón, de su dignidad, de su pelo, y que habían reemplazado su remera roja por un surtido repertorio de moretones que adornaban su espalda y pecho.  Había un espejo, pero no quiso mirar en qué despojo lo habían convertido. Contra la pared que daba la calle había una cucheta desvencijada. Se recostó mirando al techo, y lloró. Lloró largamente en el más profundo de los silencios. Y cuando secó sus lágrimas y giró contra la pared, lo vio. Se levantó, se lavó la cara casi golpeándose, sintiendo el agua entrar en sus ojos, y volvió a la cucheta. Ahí estaba. Era un agujerito en la pared, chiquito, pequeño, pero lo suficientemente espacioso como para poder ver la calle. Se regocijó unos segundos mirando y se maravilló. Intentó alejarse pero no pudo, y a los pocos segundos volvió a mirar. 

      Pasó las horas subsiguientes mirando la calle. Una anciana que pasó lentamente a centímetros de su cara. ¿Sabría esa señora que él la estaba mirando, que habría alguien del otro lado? Pudo ver algunos autos que pasaban, una niña corriendo, su madre llamándola. Un perro que movía la cola sin parar. La casa de enfrente, la señora que riega sus plantas. Los sintió cercanos y pensó que quizás durante ese tiempo sean su familia. Imaginó salir en libertad, cruzar la calle y saludar a la señora. Verla de cerca, verle el rostro, preguntarle por sus plantas. Y automáticamente lo atacó el miedo de que alguien lo descubra. Que alguien descubra su pequeña porción de mundo sin rejas ni paredes. Se desesperó, buscó entre los restos de basura en el piso un papelito y lo tapó. Sería, de ahora en más, su secreto. Su pequeña ventana a la libertad.  Cerró los ojos, más tranquilo. Pensó en Rita, en Ken, en su familia, y se durmió profundamente. 

      Su sueño lo llevó a una plaza. Nunca había estado en esa plaza pero la sentía como propia. Sintió el pasto en sus pies desnudos, en sus manos. Sintió el calor del sol, y esa voz conocida. “Rob, te buscaba”. Era Ken. “¿Los ves, Rob? ¿Puedes verlos?” Miró donde Ken señalaba. Eran policías y militares. Cientos, miles de uniformes. Se escuchaban sus botas a lo lejos. “Estos hijos de puta me mataron. Les pegan a las mujeres, les pegan a los niños. Nos preparan para la guerra, nos utilizan para practicar sus lecciones de boxeo. No dejes que lo hagan contigo Rob. Estos hijos de puta me han matado. Cerdos, cerdos hijos de puta. Eso es lo que son. Cerdos hijos de puta. No dejes que te maten, Rob. No dejes que me maten de nuevo”.

      Despertó sobresaltado, transpirando, mareado y con un enorme cansancio. Se acercó a la canilla para lavar su cara, totalmente confundido. Miró la pared, miró la ventana. Se había hecho de noche, y no sabía cuántas horas habían pasado desde que se había dormido. Le tiraron un plato de arroz imposible que miró casi con nostalgia, con lástima. Se sentó en la litera y, con un dejo de compasión, miró cómo tres cucarachas, primero con desconfianza y luego con una cierta voracidad, daban cuenta de su arroz.

      Con las primeras luces del nuevo día llegaron movimientos que Rob esperaba con resignación que ocurran. Escuchó gritos y cantos en las afueras de la comisaría. El ambiente dentro de la gran comisaría se agitó velozmente. Oficiales corriendo, armas que se cargaban, palos que se alistaban, cascos. Olor a sangre. Cuando el último policía salió, Rob sacó el bollito de papel que tapaba su agujero y miró la escena. Pudo divisar por un segundo a su Rita entre varias personas que portaban pancartas con su nombre. Se dio cuenta inmediatamente que la policía estaba saliendo por la puerta principal cuando pudo escuchar que sin violencia física pero con dureza verbal se los insultaba copiosamente. Creyó ver una escupida, escuchó golpes, reacciones. Tiros, gritos, tiros, insultos, tiros, tiros, tiros. Alternativamente veía ráfagas de gente hacia la izquierda, hacia la derecha. Podía diferenciar claramente a los policías los uniformes azul oscuro de los coloridos movimientos de la calle. Sintió miedo, angustia, rabia, ansiedad, y, por sobre todas las cosas, una inmensa impotencia. Gritaba sólo en la celda sin despegar el ojo del agujerito. Golpeaba la pared, cambiaba de ojo, secaba las lágrimas que borroneaban la pobre imagen que tenía de la escena, hasta que el mundo detrás del agujero pasó a ser una bola de humo, una nube que le impedía divisar cualquier cosa. El humo entró en la celda. Entraba por el frente de la comisaría, por las rejillas, por la ventana inalcanzable, y las lágrimas de ira se mezclaron con las lágrimas provocadas por los gases. A los pocos minutos el humo fue cediendo, y también los gritos en el exterior. Rob se lavó rápidamente la cara y con los ojos irritados volvió a su orificio. Ya sólo se escuchaban algunos disparos que se iban alejando y una sirena que cada vez sonaba más fuerte. Cuando el humo finalmente se disipó pudo ver en el piso, en medio de un charco de sangre que brotaba de su pecho, a Rita, que a dos metros suyo y en el último puñado de segundos de su vida miró hacia la pared, fijó su mirada en el minúsculo punto del agujerito, intentó levantar su cabeza y sonrió levemente, un momento antes  de que su cabeza ceda golpeando contra el piso, un momento antes de dejar de respirar, un momento antes de abrazarse con su hermano por primera vez en la eternidad.  




Fer

viernes, 18 de mayo de 2012

Todo tiempo pasado, fue mejor?


Esta cosa de que todo tiempo pasado fue mejor, me molesta mucho a decir verdad, me parece una excusa chiquita que usan todos los que no quieren hacerse cargo del presente que tienen, que buscan escaparle a la realidad amparándose en un pasado que muchas veces idealizan…no Señores, todo tiempo pasado NO fue mejor, bajo ningún concepto.
Si miro para atrás, verdaderamente, no encuentro nada que me haga creer que mi ayer fue mejor a mi hoy, nada de nada…que era mejor antes?, supongo que para contestar eso también debería preguntarme que es mejor ahora?...pues bien, todo es mejor ahora, desde no tener que escuchar música en un cassette, esos que nos tenían con el corazón en la boca pensando cuando la cinta de iba a enredar en el grabador y chau aquel cassette que nos habíamos comprado después de no gastar la plata de la merienda durante meses, además, tenias que hacer un viaje, digamos…a la costa, no me jodas te tenias que llevar una mochila nada mas con cassettes, Dios bendiga el milagro del MP3, y ni hablar el gasto que teníamos de pilas con los walkman o los diskman, además que nombres horribles que tenían esos aparatos.
Ya sé, ya sé, se me condenará por mi amargura, pero yo recuerdo bien que la única forma de escape al mundo que tenía cuando era chica eran los libros viejos de la biblioteca de casa, y como mi viejo siempre fue medio pobreton, priorizaban los de mi madre, así me tuve que fumar innumerables novelas románticas, hasta poder crecer y encontrarme con un Nietzsche, ahora no tengo más que sentarme en la máquina y tengo todo un mundo para leer, desde mis tan odiados relatos románticos, hasta como armar un arma nuclear en diez simples pasos, dios Bendiga una vez más a internet.
La tarea en la escuela era un callo, si es verdad era material más confiable, pero me acuerdo que cuando empecé primer año, fue un tema de estado en mi casa la compra de una enciclopedia, cuantos tomos?, qué editorial?,. qué precios?, no voy a dar loas a wikipedia, porque no lo merece, pero muchachos la finadita Encarta solucionaba la vida, evitándonos enfrentarnos a bibliotecarias inútiles que no tenían la menor idea de nada.
Pero por sobre todas las cosas, yo no era mejor, no es que me enamore la clase de persona que soy ahora, pero si cambié y lo hice para bien, supongo que eso es crecer, y estar conforme con lo que uno es y no quedarme enganchada con lo que pude haber sido, y cuidado, esto no tiene nada de mensaje autoayudesco, ni de seres de luz, no, no , no se equivoque aquel desprevenido que lee por primera vez, tiene que ver con algo personal, con ser víctima, culpable y juez, todo al mismo tiempo, de nuestros pasos.
Y si estoy más gorda, pero también estoy más fuerte como para decidir que no me importa casi nada, y si antes era una mina mucho mas social, esas con grandes grupos de amigos y amigas, que se juntaban a cenar  y después salían a toma algo en algún lado, pero eso no era mejor antes, con el tiempo fui ganando una serie de problemas de relacionarme con la gente, pero es mejor así, sé que los que realmente están, los que soportan lo que soy, son los que verdaderamente me quieren, y eso es algo que en tiempos pasados no sé si llegaba a ver siquiera a valorar.
No hay mejor tiempo que este, con películas que nos roban la plata en 3D, con música livianita y transportable, con la compu en el bolso, con esos celulares mágicos que reemplazan a los viles teléfonos públicos, con juegos que ya no son un pixel, con libros por donde los busques, si…es mucho mejor ahora, que me puedo sentar y hablar y ver a mis amigos en México que cuando teníamos que gastar fortunas y hablarnos por teléfono cada dos meses.
Si definitivamente,  no hay tiempo mejor que el hoy, o vamos quien no pensó que son re lindos los juguetes de los nenes ahora, y que los nuestros eran una porquería, si si si…nos hicieron felices, vamos! Yo habría sido mucho más feliz con los juguetes de ahora y no con unos cuantos broches y un par de botones con los cuales jugaba.
La maravilla de entrar al supermercado y tener 20 tipos de café instantáneo diferente, es impagable, en tu cara filtro de tela…en tu cara.
Me acordaba ayer otro claro ejemplo de que no fue mejor el tiempo pasado, cuando estaba más o menos en quinto grado mis viejos estaban en la lona económicamente, y yo necesitaba zapatillas para gimnasia, entonces me compraron unas marca Jaguar, las odie, eran muy feas y además se me cagaron de risa todo el año mis compañeros porque usaba zapas baratas (mis padres tuvieron la maravillosa idea de mandarme durante12 años a colegio privado), u ahora….es lo mas tener un par de zapatillas de esa marca, puta madre, no me habría relajado todo el año….hablando de mis compañeros de colegio, amo el tiempo presente, ver a toda esa caterva de peleles creyendo que son demasiada cosa, quedándose anclados en este pueblo de mierda por el solo hecho de necesitar ser reconocidos por alguien, que maravilloso es el presente, pasarles por al lado y poder ver que todavía son esos hombrecitos grises, si, ya se esta mal pero ahí es cuando disfruto de la mediocridad ajena y de reconocer que sobrevivi mi pasado, que me parece descartable todo aquello que paso y que no hay mejor tiempo que el presente.
Buena semana.

         Mariana.

Todo tiempo pasado, fue mejor?

      Cuando me fue planteado este tema como alternativa para escribirles esta semana, Mariana explicó que iba a ser interesante ver las dos posturas tan enfrentadas, ya que yo claramente pensaba que todo tiempo pasado fue mejor que el actual.

      No recordaba haber sostenido eso, pero realmente suena muy a algo que yo pueda decir. Y me puse a analizar por qué pensaba que los tiempos pasados eran mejores…y entró a jugar la nostalgia.
      Me ví volviendo en el aire en mi rodado 20 por la calle Terrada volviendo a casa apurado porque sabía que me iban a retar porque llegaba mucho más tarde de lo permitido, feliz, después de haber pasado la tarde jugando a la pelota en la cancha que habíamos hecho con pintura en el asfalto sobre la calle Baigorria. Tenía las áreas, las medialunas, el círculo central, el punto penal. Un highlight de mi infancia.

      Me puse a pensar en los discos que salían a fines de los ’80 hasta fines de los ’90. Cowboys From Hell, el Álbum Negro, La Era de la Boludez, Ácido Argentino, qué se yo…puedo estar horas. Agarren cualquier banda y fíjense qué editó entre 1986 y 1996 y después vienen y me la cuentan.

      Pensé en el fútbol. Pensé en esos clásicos de cancha llena. Pero de cancha llena en serio, no de “Al visitante le damos 3500 entradas”. Cancha ardiendo, sin pulmones,  sin un carajo, clásicos de esos que tirás un alfiler desde arriba y pinchás a cuatro. Y en la cancha veintidós leones asesinándose, veintidós tipos que no daban una sóla pelota por perdida en los 90 minutos. Y no tenías tampoco que hacer una carpa en una esquina para conseguir una entrada. Pensé en la selección de Basile, pensé en el Diego, y el Diego nos borra jugadores increíbles de la época…se acuerdan de la selección de Holanda del mundial ’90? Por dios, quisiera ver una Eurocopa con esa Holanda de Rikjaard, Gullit, Van Basten, los hermanos Koeman, con aquella Alemania de Matthäus, de Vöeller, de Klinsmann, de Brehme! O por acá, el Diego tocando con Redondo, abriéndola para que pique el Cani y le pueda mandar el centro al Bati! Por dios! Me pongo a llorar acá, señor, usted vio algún All Boys- Arsenal? Usted vio en qué se convirtió San Lorenzo? Usted vio cómo River bajó a la B y perdió con Boca Unidos, que hace 10 años ni siquiera sabíamos del color de su camiseta, de hecho ni siquiera de su existencia? Usted vio jugar a Rumania? Es una murga y en los mundiales nos complicaba la vida con el forro de Hagi, hasta nos dejaron afuera de un mundial! Por dios, mi viejo! Claro que el tiempo pasado fue mejor!!


      …y  ya está, me hicieron calentar. No puedo pensar mucho más, el recurso del avance tecnológico no termina de convencerme. Fíjese Iorio. En 1991 escribió “Memoria de Siglos”. Cito: 

“Aunque en virtudes abunde y se juzgue inobjetable, cuando el humano se hunde siempre busca un responsable.
A menudo nos engañan escondidas apetencias. La culpa ajena es barata, regalarla no nos cuesta”

Hoy en día canta otras cosas. Cito:

“Una vieja y un viejo entraron a la covacha, se echaron unos cuantos polvos pa` matar la cucaracha. 
 Aflojá con los deditos que el anillo me lastima, aguantá que no es el sarzo, es la malla del reloj.”

      Cómo puede compararse el mensaje de texto y la relación por Messenger con la juntada en la esquina sin siquiera arreglar y caer todos a la misma hora, y conocer y ser parte del otro, y no esperar que le pasen cosas para comentarlas por Skype.

      Cómo puede compararse Sábato con alguien? Y García Márquez?

      Cómo puede compararse el hecho de comprar el disco, abrirlo, elegirlo porque costaba $23 si era internacional y recién salido, oler el librito, ver las fotos, leer las letras. El almacenero del barrio, no ese chino ortiba que está lleno de monedas y me las pide y te cobra el frío, y no está frío un choto. Eso! Hasta el frío era de mejor calidad, mi viejo. Era frío en serio, no esta lacra que ni tos saca. Déjeme de joder. Venir a discutir esas cosas...planteemos cosas serias, no ridiculeces...











(Nosotros éramos mejores en el tiempo pasado, no era el pasado mejor. Y seguramente seremos peores mañana y nos consolaremos que, no hace tanto, solíamos permitirnos todavía disfrutar de ciertas cosas.)

viernes, 11 de mayo de 2012

Estamos un paso adelante del universo


Le dije a mi compañero escribiente, (el muchacho de pelo largo que está en la foto de presentación del blog) hace un par de fines de semana atrás, - nene: estamos un paso adelante del Universo! -  y parece que le gustó…, porque me dijo casi inmediatamente que debíamos escribir sobre aquella poco felíz frase, por qué digo poco felíz?...bien, me es casi imposible escribir algo acerca de ella, este es el cuarto texto que empiezo y dudo que llegue a buen puerto, el primero era acerca  de cómo uno va por la vida creyendo que es el campeón del mundo y convenciéndose de que es diferente de los demás cuando en realidad no lo es tanto…, el segundo trataba de ser una autocrítica a mi soberbia y a rememorar todas las veces que mi madre me marcaba aquello como la más ruin y peor de mis virtudes…, obviamente, ese tampoco me convenció en lo mas mínimo, así que decidí dar un golpe de timón y hacer algo así como una narración en la cual ella, perdidamente enamorada de él  y él perdidamente enamorado de ella, construían una atípica relación que los posicionaba un paso adelante del universo, pero tampoco me gusto me parecía que caía en lugares comunes y además últimamente estoy a punto de inmolarme públicamente con algunos temas y ese se presentaba como una excelente oportunidad de la cual obviamente, debía huir corriendo sin darme un segundo apenas para mirar atrás.
Ahora bien estamos a jueves y yo no tengo nada, pero nada de nada, toda la semana trate de sentarme más no sea un rato, descontracturar como le dije una vez a Fer y dedicarme  a escribir…, pero nada…, las musas evidentemente han pasado de mí y tengo la espalda lo suficientemente rota como para ponerme a pintar el techo. Entonces me dí cuenta que estoy pasando por uno de esos momentos en los que quiero decir un montón de cosas, en los que yo misma me doy cuenta que soy un simple mortal y la verdad no me lo banco, no sé cómo hacer, no encontrarle la solución a cosas que a simple vista son sumamente fáciles, pero vaya a saber uno porque artilugio del destino o de uno mismo, se transforman en tragedias Shakesperianas y uno no les puedo encontrar la vuelta y los días pasan y uno tiene mil cosas en las que pensar, pero ahí está eso que no se alcanza a resolver, molestando, dando vueltas, rondando cual mosquito haciendo ruido en la oreja. Y la verdad no me gusta, no me gusta no poder resolver las cosas que verdaderamente podrían solucionar mucho de mi vida, no me gusta para nada esa cosa cobarde que suelo tener para la toma de algunas decisiones, ese sentido de la culpa que me salta encima y que me ahoga y que no me deja decir un montón de cosas en pos de no cagarle la felicidad a los demás.
Por este tipo de cosas huí a la idea de que alguien leyera lo que escribo, durante casi toda mi vida,  porque difícilmente hablando conmigo alguien pueda decir que realmente me conoce, pero leyéndome, si. Cometo constantemente sincericidios diría el antes citado participe de este blog que por suerte la mayoría de las veces me los autocensuro y si no siempre es bueno tener un amigo a mano que nos diga, - che no te tires el bidón de nafta encima y salgas corriendo con una caja de fósforos en la mano -…es así nomas, esta semana no puedo, como dije antes esta semana soy mortal, calculo que debe ser el cansancio también que provoca que uno se sienta más cerca del suelo, más acá y menos allá y de verdad esta semana estoy muy cansada, me ha costado muchísimo mantener todas mis pelotitas en el aire y de hecho todavía no termina…..pffffffff.
Así que sepan disculpar mis incapacidades, mi poca reacción para resolver mis problemas personales, mi batería haciendo ruido porque se acaba, mi torpeza de tratar de decir mucho para no lograr decir nada, mis no decir, traten de perdonar que no les cuente las veces que me pidieron que por favor me bajara del caballo para poder hablar conmigo y sobre todo que no les cuente que en realidad esto es un mecanismo de autodefensa porque tal vez… no, tal vez no, seguramente,  no hago muchas cosas en forma material, no las hago constante y sonantes, pero si las pienso, si las doy vueltas y les busco todo el tiempo la forma y cuando todo explota me cuesta un montón aceptar que realmente las hice mal o que alguna de mis acciones puede provocarle un mal mayor a alguien, entonces entro en fase, porque baraje un montón de posibilidades, un montón de variables y me quede con la que era conveniente para la mayoría, incluso a pesar de no ser yo parte de esa mayoría, pero las evalué, les dedique horas, imaginé todas las posibles respuestas, todos los retruques posibles y los mejore, fui a doble sobre sencillo y lo repensé una vez más hasta que por fin obre, más no sea sobre algo chiquito y zaz!..., esa sensación de que hablas pero que nadie entiende nada, que si me pusiera a hacer el mismo razonamiento con la perra en el patio de casa, al menos ella me daría la pata, pero no la pared en la que se convierten los otros a veces, invirtiendo la prueba, escupiéndole a la cara a uno que no tiene sentimientos, entonces me replanteo una y otra vez el hecho de que soy una boluda que muchas veces creo que estoy un paso adelante del universo, pero no contemplo que la mayoría de las veces ese paso me lleva a darme de lleno contra la pared que son los otros y que es la cotidianidad.
Gracias por entender, buena semana.


                                      Mariana.