Yo no sé si no lo veía.
Seguramente no lo veía hace unos años, o no me fijaba. O me estoy viniendo
viejo. O será…no sé, la verdad no sé cuál será la causa. Pero con el paso del
tiempo mi nivel de tolerancia se va acortando, achicando. Los límites de mi
tolerancia se van acercando cada vez más entre sí, el cuadrado de mi tolerancia
está juntando sus puntas a medida que crezco. Cuál será el tema? Las pésimas
costumbres y la estupidez que me rodea constantemente va en aumento, o es la
misma de siempre y yo tengo una menor capacidad de tolerarlos de lo que tenía
antes?
Es un análisis raro, lo sé,
pero quiero saber si soy yo, porque evidentemente debo ser yo. Algunas
cosas no, bueno…no, no tengo la culpa de todo. Hace 5, 10 años nadie iba en el
transporte público escuchando cumbia. Mucho menos las cosas que vemos ahora,
que hay pseudo competencias de volúmenes de celulares. He llegado a contar, en
un viaje de General Rodríguez a Moreno hace unos meses, siete (si, 7) celulares
con música al mismo tiempo, en un colectivo atestado de gente en un viaje de
domingo a la noche que duró, como si esto fuera poco, mucho más de lo que
debía, dado que no éramos tan originales y TODOS estábamos volviendo a esa hora
a algún lado. (De General Rodríguez sólo se debería volver y nunca ir, pero eso
es para otro viernes). Siete celulares con música, más allá de que a mí pueda o
no gustarme esa música, no es algo que pase inadvertido. De hecho constituyó un
gran desafío para mis auriculares, de los cuales me jacto normalmente, pero esta
vez flaca defensa pudieron ejercer, y los cencerros y los gritos simulando aves
salvajes se colaban por los acordes que trataban de hacerme creer que estaba en
otro lado.
El asunto en sí es que recuerdo que
esa vez, de los siete que había, pude mirar a los ojos con odio evidente a no
menos de 4. Es una práctica que hago muy a menudo en los colectivos o trenes,
mirar fijo y con odio al que esté escuchando música con su celular. He llegado
incluso a, sabiendo que me están mirando, hacer mímica evidente de la palabra
“pelotudo”, o introducir suavemente el labio inferior dentro de los dientes
superiores al mismo tiempo que levanto las cejas mientras hago que “no” con la
cabeza. Ese “Sos un imbécil” nunca tiene respuesta y muy por el contrario hasta
he visto gestos de vergüenza. O sea, SABÉS que estás haciendo cagada, sabés que
no se hace y sin embargo te estás cagando en mí. En mi cara. Me descansás, me
obligás a escuchar la música que vos querés que escuche, y hasta qué punto ha llegado
el tema que el desubicado soy yo, y hasta quizás un día me respondan un
insólito “Flaco, si te molesta ponete auriculares así no escuchás”.
Entonces realmente yo no sé si me
estoy viniendo viejo o si realmente cada día me faltan más el respeto en la
cara, si cada día que pasa hay más gente que se caga olímpicamente en el de al
lado. Sea como sea es volver al principio: Mi nivel de tolerancia se achica.
Constantemente estoy atestiguando
situaciones que hacen que, como dice un querido amigo, me piquen las manos.
Momentos cotidianos que movilizan el jugo gástrico, que hacen que la nuca tome
otra temperatura. Empleados absolutamente incapacitados para la tarea que
llevan a cabo, gente que evidencia constantemente su desagrado con el trabajo
que hacen. Hay gente que no quiere trabajar de lo que trabaja. Hay gente que
claramente no te quiere atender. No quiere verte. No quiere que subas a su
colectivo, que entres a su negocio. No quiere que vos necesites de su ayuda, de
su servicio. No importa si es un kiosco, es indistinto si es una empleada
pública de la AFIP, un flaco que te atiende en un CGP por un trámite de Rentas
o un taxista. La gente no quiere que vos lo necesites, no quiere que seas su
cliente. Y te lo hacen saber cada vez que no responden el saludo, cada vez que
no te miran a los ojos, cada vez que se lavan las manos y derivan siempre a
otra oficina en la que el destrato es el mismo, cada vez que te cobran con
desprecio y te nace un irrefrenable impulso de meterle los $27 en el orto, en
monedas de 10 centavos, preguntando a la decimoséptima moneda si era finalmente
esa la solución que calmaría sus nervios y su constante rictus amargado,
rencoroso, con un dejo de olfatear heces ubicadas en el espacio que media entre
la nariz y el labio superior.
Y ahí veo claro.
Ese momento diario en el que todos
decimos que alguien es un malcogido es el que nos va, lentamente, malcogiendo.
Porque uno es, o al menos trata de ser un buen samaritano. Uno humildemente
llega y saluda al colectivero, le agradece al kiosquero, antes de hacer una
pregunta en una calle saluda o inicia la charla con un sumiso “Disculpá”,
sintiéndose molesto, cargoso, e imposibilitado de llegar a esa dirección sin
ayuda. Uno no quiere molestar. Es más, en mi caso yo directamente quiero ser un
número. No quiero ser notado, quiero ser un fantasma. Me incomoda profundamente
estar en un colectivo lleno clavándole el codo a alguien y no poder sacarlo, me
incomoda sentir que incomodo, y seguramente me incomoda mucho más sentir que
incomodo que lo que realmente incomoda a la persona que yo creo incomodar. Pero
no. No basta. No basta con que uno tire el papelito en el tacho. No basta con
que uno use auriculares. No basta con que uno no cante a los gritos, con que uno
pida permiso. Lo van a pasar por encima cuando el tren llegue a Morón. Si baja
la horda lo sube, si sube la horda lo estampa contra el primer asiento. No
basta que uno cuando llega al CGP salude, tire un chiste. Eso es algo que hago.
Trato de combatir la malculeadez y siempre que voy a comprar algo hago un
chistecito, un comentario para sacar una sonrisa, para sacar al pobre cajero
del supermercado de ese gran día de mierda, de toda esa gente que le fue a
comprar y no lo saludó. El tipo debe estar harto, le dicen números, no lo
saludan. Lo miran y le dicen “Marlboro”. No le dan la plata en la mano, se la
tiran en el mostrador. El colectivero te contesta mal y no te saluda,
pero…cuántos lo saludan a él? Cuántos le valoraron el trabajo de que el tipo
estuvo en una ciudad llena de nervios en hora pico y te dejó en tu casa sano y
salvo por $1,25? Alguien le agradeció? No, seguro de 250 lo saludaron 2 y el
resto lo trató como si fuera su chofer. O como si la piba de AFIP fuera tu
empleada. Yo también atiendo y atendí negocios. También estuve en un kiosco y
dije “hola” y me respondieron “Marlboro”. Cómo no entender que sea el kiosquero
el que no me responda el saludo si está hastiado de sentirse hastiado y de que
lo hastíen. Cómo no entenderlo al que destila mierda si desde que es chiquito
le están destilando mierda. Cómo puedo criticar que ese pibe se suba al bondi y
ponga la cumbia al mayor volumen posible y que no le importe si seguramente
desde que nació nadie jamás le mostró respeto por lo que él quería escuchar o
no? Cómo, si jamás le presentaron el silencio? Mi nivel de tolerancia no se
achica, se anula. Soy intolerante, definitivamente. No tolero la mierda. No
tolero al cliente. No tolero al vendedor. No tolero al colectivero, no tolero
al pasajero. No tolero al que hace la cola, tampoco al cajero. No tolero a
nadie porque cada uno está en un lugar separado, cada uno está en una vereda
distinta, hasta que llegan a su casa. Hasta que el pibe pone el celular a
cargar, hasta que la empleada pública se saca esas chatitas de mierda que la
están matando, hasta que el que sacó el monotributo se pega una ducha, el
colectivero se vuelve en su auto a la casa, el pasajero prepara un arrocito, el
que tuvo un problema pone el partido y la piba del call center desnuda lentamente
al novio. En ese momento no son nada más que parte de una enorme sociedad, una
gran masa de personas que se retroalimentan día tras día y hora tras hora.
Y, en un enorme porcentaje, una
sociedad bien, bien de mierda. Y vos, que me estás leyendo, estaría más que
bien que pienses un toquecito en cuánta responsabilidad tenés que esta sea una
sociedad de mierda. Te vas a sorprender con la respuesta. Y quizás, en una de
esas, te metas el papelito del caramelo en el bolsillo. Forro.
Fer