viernes, 20 de julio de 2012

Vergüenza de género


          Cada una de las veces que te jactaste, te mentías. Cada una de las veces que me nombrabas era un formalismo. Cada risa compartida fue falsa, cada momento compartido lo tomé como obligatorio. Si estuve en reuniones con vos fue por los demás participantes. Bah, en realidad no sé si fue siempre tan así, seguramente en algún momento creí que era honesto con todo esto, seguramente encontré excusas que me han resultado convincentes cuando busqué una respuesta. Quizás necesitaba hacerlo convincente y contarte en un grupo en el que no estás. Pero todo lo que representás es erróneo. Todo lo que vos creés ser no es, y está bien si querés creer serlo. No puedo quitarte fantasía alguna, sólo aquel que roba fantasías tiene la posibilidad concreta de asesinar una parte de alguien y no soy capaz de tal crimen. No te culpo. No es un mal grupo, es muy complicado acceder a él. Un tipo que no sale a bailar, un tipo que no mira a Tinelli, un tipo que no es putañero ni se gasta fortunas en parecer y que, encima, con tanto tiempo libre se pone a pensar. No, no es un mal grupo. Pero vos no estás. Demostrarte no estar, y no te culpo, quizás no quieras estar en un grupo en el que se analiza, muchas veces no conviene. Por lo tanto es de común acuerdo quizás, no pienso asumir la total responsabilidad de esto, no puedo decirte que te echo de mi grupo. Ni siquiera en eso quiero tener la soberbia de creer que puedo saber más que el otro acerca de cómo es la vida, de cómo debe vivirse, de cómo encarar diferentes situaciones. Pero cada tanto uno también, en el análisis, acude al recuerdo, repasa lo pasado nunca pisado cuando necesita encontrar razones que le hagan dar cuenta de por qué en realidad uno es como es. Y cuando uno mira lo que los gringos llaman “The big picture”, cuando uno piensa en la vida propia como si fuera un capítulo de Behind the Scenes y repasa esos highlights de la vida con cierta profundidad y ve que en esos momentos hay personas que se repiten en todos, y claro, también nota, quizás con sorpresa, a los ausentes. Y ahí es donde veo que no estabas y me dispongo en este acto a rever tu inclusión, como decía antes, en este grupo tan selecto, tan protegido, y a pesar mío y achicando una muy corta lista, lamentablemente te elimino de mi vida, te baneo, te borro, te borro con shift y paso el CCleaner, te mando a la recontra puta madre que te parió pero deseándote la más saludable, feliz y próspera vida tanto para vos como quienes te rodean, que no me incluyen ni incluirán. Porque estar y hacer cagadas es de hombres, estar y equivocándose es de hombre. Quien tiene códigos se anima a embarrarse en la cagada y se mete de cabeza en empresas que son complicadas porque esos son los momentos en los que uno muestra de qué está hecho. Por lo tanto quien se haya equivocado estando cuenta con mi apoyo. Y quien se borró, quien estuvo desde la ausencia y no desde el respeto silencioso…ese me da vergüenza de género. Es algo que no puedo ser. Es algo que no soy.



Todavía.


Fer



Vergüenza de género

 
La vergüenza de género es algo con lo que suelo toparme con mucha más frecuencia que la que necesito y que la que me gustaría, pero ahí está, constantemente amenazante, esa sensación que me hace llevarme la palma de la mano a la frente y mover la cabeza en forma negativa desaprobando todo lo dicho en ese momento por la persona de mi mismo sexo que tengo en frente.
El sentimiento no discrimina ámbitos, me lo choco en una reunión social (las cuales últimamente trato de evadir esgrimiendo una infinidad de escusas), en una clase, en un café, en el colectivo…en todo lugar las mujeres me dan vergüenza. No se me acuse de rechazar a mi propio genero, pero si se vieran expuestos a la cantidad de situaciones bochornosas a las cuales yo he sido testigo, compartirían conmigo el sentir, y ojo que no hablo de una mina que se pone unas calzas de leopardo y sale a la vida, hablo de cosas diferentes, de minas que preguntan a viva voz como se hace un huevo duro, porque a ella siempre o le queda crudo o se le re cocina.
Hablo de minas que desde que son madres dejaron de ser cualquier otra coas, no dudo de los milagros que produce la maternidad (bueno si dudo), pero entablar una conversación con alguien que suelta alegremente que su hijo/a es la razón de su vida, me hace preguntarme si antes del nacimiento del infante aquella mujer carecía de sueños, de ideales y de expectativas, me hace entrar en la duda si tenía una vida tan chiquita y tan chata que necesito de un bebe que dependa las 24 horas de ella, para encontrarle un sentido a su vida. Esta clase de mujeres que encuentran su leitmotive en la maternidad, descartando las infinitas posibilidades que también tenemos las mujeres que hemos decidido no ser madres, me dan vergüenza, porque de verdad habla de una vida tan chiquita, que hasta asusta.
Hablo de estas mujeres que están constantemente ancladas en los 16 años, y hacen a los 30 corazoncitos con el nombre de ella y su novio, que cuando hablan de su pareja utilizan adjetivos como bichi, amorsis o pelotudeces semejantes, esa mujer que decide ser ama de casa, mirar la novela de las 4 y vivir en el país de felicitonia, estas minas que renuncian a ellas mismas a costa de unas vacaciones en Puta del Este, una salida a comer los sábados, y unas botas de mil mangos.
En realidad creo que me da vergüenza de género esa clase de mina que no entiende que en la soledad es cuando uno se reencuentra con uno mismo, que no puede ver que los logros personales son una gran cosa y que traen paz al alma, que no puede ver que no es necesario ser una barbie todo el tiempo, que un jean y un par de zapatillas puede ser la forma de andar por el mundo que elijen otras mujeres y que eso no las hace menos capaces que ellas, las minas que solo se permiten transpirar en un gimnasio desconociendo lo diferente que es transpirar al son de una gran canción en medio de un recital rodeada de 20 monos donde señores debo confesar, jamás me tocaron el culo deliberadamente. Estas minas que con 40 años siguen siendo Lauritas o Moniquitas. Esas que lloran durante años por un divorcio, por un abandono.
Damas no busquen la aprobación de los demás, no busquen buscar ser el centro de la escena, hablar a los gritos en un café sobre su vida sexual, no consuman la Para Ti, o a Rial, no lean libros de autoayuda hay cosas tan lindas en la literatura y mucho mas atrapantes, no se planchen sistemáticamente todas el pelo, se parecen unas con otras todo el tiempo, no usen polleras cortas si no tiene unas buenas patas, no digas que un hijo de 4 años no puede ser controlado, tampoco uno de 14…busquen la forma de reconciliarse con el mundo, eviten que en el otro lado de la habitación alguien sienta vergüenza de tener el mismo sexo que ustedes.
Buena semana para ustedes, la mia ha sido verdaderamente un desastre.

Mariana.



viernes, 13 de julio de 2012

Sepa por qué me cago en usted


(La verdad que no fue la mejor de mis decisiones dejar el texto para hoy a la tarde ya que tuve uno de esos mediodías en los que a uno le recuerdan de golpe que es mortal, así que si no es de lo mejor que escribo sepan disculpar.)

La verdad que no sé si es la edad o el frio o julio mismo, pero cada vez siento que me molesta vivir más en sociedad. Me pone de muy mal humor la gente con la que necesariamente tengo que transitar el día a día, salvo 3 o 4 personas, el resto logra cambiar mi humor al primer minuto de interacción. Por eso acá van algunos consejos para hacer de este un mundo mejor, donde reine la paz y la concordancia. Tómenlos o déjenlos, son opiniones chiquitas que deberían al menos tener en cuenta si algún día se cruzan con alguien como yo y no quieren quedar vedados de ante mano.

No crea que es la ultima coca cola del desierto y si lo hace demuestre claramente que lo es. No deje lugar a dudas, desarrolle una nueva teoría fundamentada sobre la evolución del hombre, hágalo sin fallas, sin titubeos, afirme. Presente pruebas, tírese de los tiradores y solamente ahí diga, soy la ultima coca cola del desierto.
No le diga a los demás que decisiones deben tomar sobre sus vidas y si lo hace haga el favor de tener una vida increíblemente prolija, no se preste a que el otro pueda pensar, si este boludo no puede con su cruz que me viene a decir a mí que tengo y que no tengo que hacer.

Salude, es un buen gesto y en estos tiempos dice mucho de usted. Entienda que convive con otras personas, aunque muchas no lo parezcan, pero salude igual. Créame, cualquier interacción que vaya a emprender predispone de mejor manera a su interlocutor con un simple buen día, buenas tardes, buenas noches. Aproveche y diga gracias.

No escuche música por el celular. La elección musical habla mucho de quien realmente uno es y si no quiere ser prejuzgado no vaya por la vida haciendo escuchar a los demás el último hit del polaco, porque puede no ser del agrado del resto del mundo.

No se vista como una baliza, por favor no lo haga. Esa moda, ese refrito que se está dando de vestirse con colores fluorescentes es feo. Nada es lindo en ese color amarillo o en ese verde, ni siquiera los apuntes quedan bien resaltados con esos colores, entonces si no queda bien un pedazo de papel que le hace pensar que si puede quedar bonito en usted esa campera rosa?

No se crea que esta más bueno o buena que comer con las manos, cuando no clasifica ni para ser uno o una más del montón. Entienda por favor que las divas no tienen acné, ni el pelo sucio, ni kilos de maquillaje barato en la cara y que los flacos que están buenos, no tiene 8 o 9 pircings en la cara, ni un tatuaje que dice “lo mejor que hizo mi vieja es el pibe que maneja”. Entienda por favor  el delgado límite que media entre ser un pelotudo y ser un pobre flaco.

No usa el @ con la necesidad de no definir el articulo. Es muy desagradable leer: tod@ l@s roman@s acudieron a la plaza a tirarles piedras a l@s cristian@s...

No sea una madre pelotuda, esas que dan vergüenza, que claramente se desbordan por un niño de 3 o 4 años, que los dejan gritar como si fuera un chancho, que dejan que se revuelque por el piso, que sufren ante el hecho de haber parido al anticristo y que no comprenden que un buen cachetazo a tiempo forma el carácter. Ya que esta hágame un favor más y no sea tan tilinga y largue esas flores de porcelana fría que estaba haciendo.

No quiera tener razón cuando no la tiene y sobre todo cuando carece de argumentos para sostener una discusión. No crea saber lo que no sabe, solamente porque lo escucho a su cuñado decirlo. No se quiera pasar de listo en la fila del colectivo para primerearce un asiento.

No se deje las raíces negras después de haberse pintado el pelo de rubio, porque se le nota que no es natural.

No hable con el nextel en modo radio para que todo el mundo sea testigo auditivo del asado que se va a ir a comer con el Beto. No hay necesidad.

No espere del buen samaritano, porque no existe y sobre todo no se enoje si usted no lo es.

Lea los carteles, para algo están puestos. Alguien se tomo el trabajo de tratar de comunicarle algo, y hasta muchas veces lo puso con colores y todo. Mire si un día le bajan los dientes y todo por no leer un cartel.

No arme puterios y no hable mal de los que no están, y si lo hace asegúrese de hacerlo con quien corresponde, una vez más distinga la delgada línea de la boludez.

Sepa, ante la proximidad del evento, a quien debe y a quien no saludar por el día del amigo, no vaya a ser cosa que tuviera engañado a alguien y ese día se deschave y pierda una bonita amistad. 

Buena semana.

Mariana.

Sepa por qué me cago en usted


          Yo no sé si no lo veía. Seguramente no lo veía hace unos años, o no me fijaba. O me estoy viniendo viejo. O será…no sé, la verdad no sé cuál será la causa. Pero con el paso del tiempo mi nivel de tolerancia se va acortando, achicando. Los límites de mi tolerancia se van acercando cada vez más entre sí, el cuadrado de mi tolerancia está juntando sus puntas a medida que crezco. Cuál será el tema? Las pésimas costumbres y la estupidez que me rodea constantemente va en aumento, o es la misma de siempre y yo tengo una menor capacidad de tolerarlos de lo que tenía antes?

          Es un análisis raro, lo sé, pero quiero saber si soy yo, porque evidentemente debo ser yo. Algunas cosas no, bueno…no, no tengo la culpa de todo. Hace 5, 10 años nadie iba en el transporte público escuchando cumbia. Mucho menos las cosas que vemos ahora, que hay pseudo competencias de volúmenes de celulares. He llegado a contar, en un viaje de General Rodríguez a Moreno hace unos meses, siete (si, 7) celulares con música al mismo tiempo, en un colectivo atestado de gente en un viaje de domingo a la noche que duró, como si esto fuera poco, mucho más de lo que debía, dado que no éramos tan originales y TODOS estábamos volviendo a esa hora a algún lado. (De General Rodríguez sólo se debería volver y nunca ir, pero eso es para otro viernes). Siete celulares con música, más allá de que a mí pueda o no gustarme esa música, no es algo que pase inadvertido. De hecho constituyó un gran desafío para mis auriculares, de los cuales me jacto normalmente, pero esta vez flaca defensa pudieron ejercer, y los cencerros y los gritos simulando aves salvajes se colaban por los acordes que trataban de hacerme creer que estaba en otro lado. 

          El asunto en sí es que recuerdo que esa vez, de los siete que había, pude mirar a los ojos con odio evidente a no menos de 4. Es una práctica que hago muy a menudo en los colectivos o trenes, mirar fijo y con odio al que esté escuchando música con su celular. He llegado incluso a, sabiendo que me están mirando, hacer mímica evidente de la palabra “pelotudo”, o introducir suavemente el labio inferior dentro de los dientes superiores al mismo tiempo que levanto las cejas mientras hago que “no” con la cabeza. Ese “Sos un imbécil” nunca tiene respuesta y muy por el contrario hasta he visto gestos de vergüenza. O sea, SABÉS que estás haciendo cagada, sabés que no se hace y sin embargo te estás cagando en mí. En mi cara. Me descansás, me obligás a escuchar la música que vos querés que escuche, y hasta qué punto ha llegado el tema que el desubicado soy yo, y hasta quizás un día me respondan un insólito “Flaco, si te molesta ponete auriculares así no escuchás”.

          Entonces realmente yo no sé si me estoy viniendo viejo o si realmente cada día me faltan más el respeto en la cara, si cada día que pasa hay más gente que se caga olímpicamente en el de al lado. Sea como sea es volver al principio: Mi nivel de tolerancia se achica.

          Constantemente estoy atestiguando situaciones que hacen que, como dice un querido amigo, me piquen las manos. Momentos cotidianos que movilizan el jugo gástrico, que hacen que la nuca tome otra temperatura. Empleados absolutamente incapacitados para la tarea que llevan a cabo, gente que evidencia constantemente su desagrado con el trabajo que hacen. Hay gente que no quiere trabajar de lo que trabaja. Hay gente que claramente no te quiere atender. No quiere verte. No quiere que subas a su colectivo, que entres a su negocio. No quiere que vos necesites de su ayuda, de su servicio. No importa si es un kiosco, es indistinto si es una empleada pública de la AFIP, un flaco que te atiende en un CGP por un trámite de Rentas o un taxista. La gente no quiere que vos lo necesites, no quiere que seas su cliente. Y te lo hacen saber cada vez que no responden el saludo, cada vez que no te miran a los ojos, cada vez que se lavan las manos y derivan siempre a otra oficina en la que el destrato es el mismo, cada vez que te cobran con desprecio y te nace un irrefrenable impulso de meterle los $27 en el orto, en monedas de 10 centavos, preguntando a la decimoséptima moneda si era finalmente esa la solución que calmaría sus nervios y su constante rictus amargado, rencoroso, con un dejo de olfatear heces ubicadas en el espacio que media entre la nariz y el labio superior.

          Y ahí veo claro.

          Ese momento diario en el que todos decimos que alguien es un malcogido es el que nos va, lentamente, malcogiendo. Porque uno es, o al menos trata de ser un buen samaritano. Uno humildemente llega y saluda al colectivero, le agradece al kiosquero, antes de hacer una pregunta en una calle saluda o inicia la charla con un sumiso “Disculpá”, sintiéndose molesto, cargoso, e imposibilitado de llegar a esa dirección sin ayuda. Uno no quiere molestar. Es más, en mi caso yo directamente quiero ser un número. No quiero ser notado, quiero ser un fantasma. Me incomoda profundamente estar en un colectivo lleno clavándole el codo a alguien y no poder sacarlo, me incomoda sentir que incomodo, y seguramente me incomoda mucho más sentir que incomodo que lo que realmente incomoda a la persona que yo creo incomodar. Pero no. No basta. No basta con que uno tire el papelito en el tacho. No basta con que uno use auriculares. No basta con que uno no cante a los gritos, con que uno pida permiso. Lo van a pasar por encima cuando el tren llegue a Morón. Si baja la horda lo sube, si sube la horda lo estampa contra el primer asiento. No basta que uno cuando llega al CGP salude, tire un chiste. Eso es algo que hago. Trato de combatir la malculeadez y siempre que voy a comprar algo hago un chistecito, un comentario para sacar una sonrisa, para sacar al pobre cajero del supermercado de ese gran día de mierda, de toda esa gente que le fue a comprar y no lo saludó. El tipo debe estar harto, le dicen números, no lo saludan. Lo miran y le dicen “Marlboro”. No le dan la plata en la mano, se la tiran en el mostrador. El colectivero te contesta mal y no te saluda, pero…cuántos lo saludan a él? Cuántos le valoraron el trabajo de que el tipo estuvo en una ciudad llena de nervios en hora pico y te dejó en tu casa sano y salvo por $1,25? Alguien le agradeció? No, seguro de 250 lo saludaron 2 y el resto lo trató como si fuera su chofer. O como si la piba de AFIP fuera tu empleada. Yo también atiendo y atendí negocios. También estuve en un kiosco y dije “hola” y me respondieron “Marlboro”. Cómo no entender que sea el kiosquero el que no me responda el saludo si está hastiado de sentirse hastiado y de que lo hastíen. Cómo no entenderlo al que destila mierda si desde que es chiquito le están destilando mierda. Cómo puedo criticar que ese pibe se suba al bondi y ponga la cumbia al mayor volumen posible y que no le importe si seguramente desde que nació nadie jamás le mostró respeto por lo que él quería escuchar o no? Cómo, si jamás le presentaron el silencio? Mi nivel de tolerancia no se achica, se anula. Soy intolerante, definitivamente. No tolero la mierda. No tolero al cliente. No tolero al vendedor. No tolero al colectivero, no tolero al pasajero. No tolero al que hace la cola, tampoco al cajero. No tolero a nadie porque cada uno está en un lugar separado, cada uno está en una vereda distinta, hasta que llegan a su casa. Hasta que el pibe pone el celular a cargar, hasta que la empleada pública se saca esas chatitas de mierda que la están matando, hasta que el que sacó el monotributo se pega una ducha, el colectivero se vuelve en su auto a la casa, el pasajero prepara un arrocito, el que tuvo un problema pone el partido y la piba del call center desnuda lentamente al novio. En ese momento no son nada más que parte de una enorme sociedad, una gran masa de personas que se retroalimentan día tras día y hora tras hora.

          Y, en un enorme porcentaje, una sociedad bien, bien de mierda. Y vos, que me estás leyendo, estaría más que bien que pienses un toquecito en cuánta responsabilidad tenés que esta sea una sociedad de mierda. Te vas a sorprender con la respuesta. Y quizás, en una de esas, te metas el papelito del caramelo en el bolsillo. Forro.
          




Fer


viernes, 6 de julio de 2012

La vuelta


Creo definitivamente que este pozo se ha secado, cada vez me cuesta más escribir sobre temas que no sean netamente académicos y debo confesar que hasta esos me están constando mucho. Hace ya varios días, que está el tema para esta semana está, pero nada de lo que escribo termina por convencerme.
Sobre la vuelta siempre tuve una idea bastante particular, mientras todos creen posible un reencuentro con el pasado, yo lo descarto de plano y creo firmemente que uno no puede volver nunca a ningún lado. La acción de la vuelta está vedada de antemano, como si algún tipo de fuerza superior plantara una pared que nos impide el retorno.
         Otra vez la mirada fatalista de Mariana… pensarán algunos, pero no, espere, déjeme que explique, es una idea sumamente chiquita y no creo que me lleve mucho tiempo.
         Se podrán volver a leer los textos de este blog, incluso nosotros que lo hacemos podremos dentro de un tiempo, como quien no quiere la cosa volver a leerlos, pero nada puede volver a ser como era, seguramente mientras estemos leyendo, alguna frase nos arrebate una sonrisa, pero difícilmente recordemos en qué estado estaba el otro o uno mismo cuando lo escribimos, entonces, el hecho de volver se confunde con algo mecánico y mucho más simple, con una relectura, con un nuevo análisis, pero es justamente ahí donde la acción toma un rumbo disparatado. Volvemos a leer para hacer un NUEVO análisis, una nueva construcción, un nuevo planteo ante lo ya conocido, eso mi amigo… no es volver, es una acción completamente diferente, por lo tanto la vuelta no llega a producirse, queda trunca de ante mano.
Susana y Roberto fueron pareja hace unos años atrás, pero un día Roberto, conoció a Marta en la parada de colectivo. Se gustaron, hablaron y terminaron enrroscados por ahí, entonces creyó que Susana no era con quien quería compartir su vida y la dejó. Bien, ella hizo su duelo, se levantó de los despojos que la separación había dejado, se reconstruyó, siguió con su vida y también lo hizo Roberto. Él continuó con aquella rubia unos meses, pero no fue nada que cambiara su vida. Los dos tuvieron nuevas relaciones, fueron felices por separado, en diferentes momentos y lugares, con diferentes personas. Pudieron pasar años o meses, no importa la verdad el tiempo que pasó, aquello que nos veda la vuelta es casi inmediato. Un día, no sé, en una estación de servicio, Susana y Roberto se encuentran casualmente, se miran, uno se acerca al otro para saludar, toman un café, reconocen extrañarse el uno al otro y vuelven a estar juntos. Vuelven. No.  No vuelven a estar juntos, construyen en todo caso una nueva relación, pero que tampoco es nueva, Susana estará constantemente alerta, a la espera de un nuevo abandono por parte de Roberto y él por su parte sospechará hasta el cansancio, de ese compañero de trabajo de Susana que  le revoloteo en el tiempo que duró la separación. Ellos tampoco son los mismo, ella superó una perdida y el entendió que algo había allí que no quería, que no le servía, que no le gustaba. Son ahora, personas diferentes, no son interiormente los mismos. Entonces si el lugar al que se vuelve no es el mismo y las personas que vuelven tampoco lo son, cómo somos tan atrevidos para alegrarnos de la vuelta de Susana y Roberto?, cómo mostrarnos contentos cuando la realidad es otra?, cuando esa vuelta no habla más que de una involución de los dos. Ella se encontró con su dolor cara a cara y no logró transformarse en alguien mejor, elige nuevamente estar con aquel hombre. Roberto, se deleitó con la frescura de otras mujeres, comprendió que existía algo mas allá de su estructurada novia, pero poco le importo y ahí está otra vez,  viviendo con ella en el pequeño departamento de Flores. Los dos han buscado ese lugar seguro y conocido que la ilusión de la vuelta les proporciona, ese lugar donde Susana no es traicionada y donde Roberto cree que no le gustan las rubias, pero la verdad es otra, y no me vengan con se eligen a pesar de todo, porque eso tampoco es verdad, pero supongo que se podrá hablar en otro momento. VOLVER a estar juntos no hace más que hablar de los fracasos individuales de cada uno, de la incapacidad de alcanzar metas, del propio estancamiento, ese estancamiento que muchas veces incluso, llega a largar olor.
Se vuelve justamente, con la frente marchita, no por el fracaso económico o por la conciencia de lo injuriado. Se vuelve con la frente marchita porque uno se divorcia de uno mismo, porque es imposible entender que el punto fijo no existe, que es la propia mirada chiquita de uno, la que nos hace creer en la idea de una vuelta posible, donde se podrán corregir los errores del pasado, donde uno puede volver a ser feliz. Se vuelve con la frente marchita por la incapacidad de descubrir la felicidad en el ahora, en el ya, en ese abrazo que tanto necesitamos, en esa mirada cómplice que tanto nos llena y que es la de un amigo diciendo, no, no vuelvas, es lo más fácil ya lo sé, pero no lo hagas, se puede traer un perfume del pasado, pero nunca más el néctar de la flor, decía una canción tan linda por ahí. Se vuelve con la frente marchita desde el propio no poder hacer, desde el propio no poder seguir, desde ese deseo de no romper las cadenas con el pasado que nos hacen ser animalitos domesticados, donde volvemos a confiar, o donde nos olvidamos solo por un rato que nos gustan las rubias. Se vuelve con la frente marchita porque solo se puede ver el punto en lugar de la elipsis.
Buena semana

Mariana.-

La vuelta


          Les doy la bienvenida a mi vuelta. A la vuelta. Esta es la vuelta a mí mismo. Esta es la vuelta a ser el que era pero con una marca tatuada seguramente para siempre. Pero vuelvo a ser yo. Vuelvo a cebar mate con ganas, vuelvo a cagarme de risa, vuelvo a disfrutar de ver la tele, vuelvo a disfrutar escuchar música, vuelvo a disfrutar de una de las cosas que más me gustan, que es ver fútbol. El tema es de dónde vuelvo, aunque el lector perspicaz ya lo habrá comenzado a sospechar.

          He vivido sin lugar a dudas uno de los peores momentos de mi vida. Sin dudas. Y esos momentos que uno dice o los siente como los más duros de la vida es porque mientras se vive, uno ya se da cuenta que esa marca va a quedar para siempre. Uno siente que lo están tatuando. Que ese momento, dure lo que dure, cuando termine no será nunca olvidado. Sabés al atravesarlo que lo vas a recordar de por vida, y como si esto fuera poco, mientras lo estás viviendo, todavía no tenés ni la menor idea de cómo va a terminar. O sea que lo que sabés son dos cosas: que estás viviendo algo que te va a marcar de por vida, y que puede ser mucho peor todavía.


          Y ese momento que atravesás es una experiencia, y como toda experiencia importante de la vida, riquísima, llena de cosas para aprender. No sé por qué causa me resulta altamente productivo el sufrimiento. Será que las peores cagadas me las mandé estando contento, será  que los dolores enseñan, será que cuando se sufre se aprende. Esa vieja máxima tanguera argentina, de la utilización del sufrimiento como musa principal. No lo sé. Pero mi experiencia fue larga, fue rara, fue dolorosa, fue pesadísima. Una mochila de un peso sideral, una mochila que mi espalda no se terminaba de bancar. Y mis acciones y reacciones y las acciones y reacciones que vi en mi entorno ante eso no dejaron nunca de sorprenderme. Y algunas de esas cosas, ya un poco más calmo habiendo visto cómo la tormenta dobló la esquina, tengo ganas de compartirlas. Una de esas cosas fueron las cábalas.


          Miro atrás una semana y me veo hasta quizás ridículo, me causa gracia ver la imagen de un tipo de mi edad combinando a conciencia muchísimas cosas. Tenía rituales dentro de mi casa, determinadas cosas que no me ponía, la combinación de calles para salir y llegar a mi casa. Y cada una de esas cosas, al mismo tiempo, me parecían absolutamente sustanciales y relevantes para la causa. Yo sentía fervientemente que si yo me cambiaba el arito nos íbamos a la B y no me lo iba a perdonar jamás, que si cambiaba la calle por la que entraba a mi casa estábamos en el horno nos iban a cagar a goles el domingo. Determinadas canciones de determinado artista en la previa al partido tenían que sonar en mi casa, determinada vestimenta respetada a rajatabla, hasta vaciar el spam del mail. Cada día hasta que llegaba el día de partido era una tortura y los partidos que no pude ver en la cancha fueron el peor de los sufrimientos que podía llegar a soportar, al límite de la explosión constante, carente de la chance de estallar en un grito, en el salto, en el aliento constante que hace que el triunfo también sea propio.
         
          Aquí hay justamente un punto clave también de esta experiencia. La gente, lo social. Mareas movilizadas por la misma razón que yo, con iguales y diferentes cábalas, con su ropa, creyendo igual que yo que de sus acciones dependía el resultado. Todos juntos con la misma idea, todos yendo a los mismos lugares, todos parados de la misma forma y con la misma ropa, todos seguros que dependía de nosotros, todos al límite de sus nervios. Cada uno a su manera fue parte, cada uno con sus taras y sus aciertos. Estampitas de cosas en las que no se creen, ayudas celestiales. Todos fuimos a la cancha con nuestros muertos, y todos sabemos que nos ayudaron. Trabaron cada pelota, alentaron, los sentimos sin estar. Y ahí dejamos de ser nosotros. Fuimos la serpentina, fuimos el jugador. Nos bañamos en el vestuario, arengamos. Nos costó dormir, nos despertamos inflando el pecho. Nos pusimos la ropa que dejamos preparada desde ayer. Nos pusimos las medias concentrados. Nos dolió la misma panza a todos. Fuimos el auto que nos llevó, fuimos el bondi que fumaba por Rivadavia.  Fuimos el globo azul y rojo inflado con el aliento de la emoción que volaba cuando salió el equipo, cuando las lágrimas no nos dejaron ver y la garganta no nos dejó cantar. Fuimos el cigarrillo y el caramelo, la estampita y el rosario. Fuimos la piel erizada, fuimos la nuca. Fuimos el reloj lento cuando queríamos que pase, fuimos las manecillas frenéticas cuando necesitábamos aire. Y todos, todos,  fuimos la angustia de saber que podía salir mal, todos sabiendo que podía ser el pozo lo que nos espere, y todos sabiendo que si era el pozo el destino, nos íbamos a ir juntos. Fuimos uno. Y en ese ser uno, dejé de ser yo. 


          Sé perfectamente que esto dista de ser un texto digno de publicación, sé que es más para poner en un muro de Facebook, pero me veo en la obligación de contarles que volví, y como para volver hay que irse, les cuento en estas humildes palabras el tipo que fui este tiempo. He vuelto, siendo otro, para volver a compartir los viernes desde este espacio.


           Fer