viernes, 6 de julio de 2012

La vuelta


          Les doy la bienvenida a mi vuelta. A la vuelta. Esta es la vuelta a mí mismo. Esta es la vuelta a ser el que era pero con una marca tatuada seguramente para siempre. Pero vuelvo a ser yo. Vuelvo a cebar mate con ganas, vuelvo a cagarme de risa, vuelvo a disfrutar de ver la tele, vuelvo a disfrutar escuchar música, vuelvo a disfrutar de una de las cosas que más me gustan, que es ver fútbol. El tema es de dónde vuelvo, aunque el lector perspicaz ya lo habrá comenzado a sospechar.

          He vivido sin lugar a dudas uno de los peores momentos de mi vida. Sin dudas. Y esos momentos que uno dice o los siente como los más duros de la vida es porque mientras se vive, uno ya se da cuenta que esa marca va a quedar para siempre. Uno siente que lo están tatuando. Que ese momento, dure lo que dure, cuando termine no será nunca olvidado. Sabés al atravesarlo que lo vas a recordar de por vida, y como si esto fuera poco, mientras lo estás viviendo, todavía no tenés ni la menor idea de cómo va a terminar. O sea que lo que sabés son dos cosas: que estás viviendo algo que te va a marcar de por vida, y que puede ser mucho peor todavía.


          Y ese momento que atravesás es una experiencia, y como toda experiencia importante de la vida, riquísima, llena de cosas para aprender. No sé por qué causa me resulta altamente productivo el sufrimiento. Será que las peores cagadas me las mandé estando contento, será  que los dolores enseñan, será que cuando se sufre se aprende. Esa vieja máxima tanguera argentina, de la utilización del sufrimiento como musa principal. No lo sé. Pero mi experiencia fue larga, fue rara, fue dolorosa, fue pesadísima. Una mochila de un peso sideral, una mochila que mi espalda no se terminaba de bancar. Y mis acciones y reacciones y las acciones y reacciones que vi en mi entorno ante eso no dejaron nunca de sorprenderme. Y algunas de esas cosas, ya un poco más calmo habiendo visto cómo la tormenta dobló la esquina, tengo ganas de compartirlas. Una de esas cosas fueron las cábalas.


          Miro atrás una semana y me veo hasta quizás ridículo, me causa gracia ver la imagen de un tipo de mi edad combinando a conciencia muchísimas cosas. Tenía rituales dentro de mi casa, determinadas cosas que no me ponía, la combinación de calles para salir y llegar a mi casa. Y cada una de esas cosas, al mismo tiempo, me parecían absolutamente sustanciales y relevantes para la causa. Yo sentía fervientemente que si yo me cambiaba el arito nos íbamos a la B y no me lo iba a perdonar jamás, que si cambiaba la calle por la que entraba a mi casa estábamos en el horno nos iban a cagar a goles el domingo. Determinadas canciones de determinado artista en la previa al partido tenían que sonar en mi casa, determinada vestimenta respetada a rajatabla, hasta vaciar el spam del mail. Cada día hasta que llegaba el día de partido era una tortura y los partidos que no pude ver en la cancha fueron el peor de los sufrimientos que podía llegar a soportar, al límite de la explosión constante, carente de la chance de estallar en un grito, en el salto, en el aliento constante que hace que el triunfo también sea propio.
         
          Aquí hay justamente un punto clave también de esta experiencia. La gente, lo social. Mareas movilizadas por la misma razón que yo, con iguales y diferentes cábalas, con su ropa, creyendo igual que yo que de sus acciones dependía el resultado. Todos juntos con la misma idea, todos yendo a los mismos lugares, todos parados de la misma forma y con la misma ropa, todos seguros que dependía de nosotros, todos al límite de sus nervios. Cada uno a su manera fue parte, cada uno con sus taras y sus aciertos. Estampitas de cosas en las que no se creen, ayudas celestiales. Todos fuimos a la cancha con nuestros muertos, y todos sabemos que nos ayudaron. Trabaron cada pelota, alentaron, los sentimos sin estar. Y ahí dejamos de ser nosotros. Fuimos la serpentina, fuimos el jugador. Nos bañamos en el vestuario, arengamos. Nos costó dormir, nos despertamos inflando el pecho. Nos pusimos la ropa que dejamos preparada desde ayer. Nos pusimos las medias concentrados. Nos dolió la misma panza a todos. Fuimos el auto que nos llevó, fuimos el bondi que fumaba por Rivadavia.  Fuimos el globo azul y rojo inflado con el aliento de la emoción que volaba cuando salió el equipo, cuando las lágrimas no nos dejaron ver y la garganta no nos dejó cantar. Fuimos el cigarrillo y el caramelo, la estampita y el rosario. Fuimos la piel erizada, fuimos la nuca. Fuimos el reloj lento cuando queríamos que pase, fuimos las manecillas frenéticas cuando necesitábamos aire. Y todos, todos,  fuimos la angustia de saber que podía salir mal, todos sabiendo que podía ser el pozo lo que nos espere, y todos sabiendo que si era el pozo el destino, nos íbamos a ir juntos. Fuimos uno. Y en ese ser uno, dejé de ser yo. 


          Sé perfectamente que esto dista de ser un texto digno de publicación, sé que es más para poner en un muro de Facebook, pero me veo en la obligación de contarles que volví, y como para volver hay que irse, les cuento en estas humildes palabras el tipo que fui este tiempo. He vuelto, siendo otro, para volver a compartir los viernes desde este espacio.


           Fer 

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