viernes, 25 de mayo de 2012

El agujerito en la pared


Cuando recibió la noticia que los tramites habían terminado, Ana se puso contenta, al fin, mas no fuera de una forma más que indirecta, había tomado protagonismo en la familia. La vieja casa de Haedo era ahora toda suya, aquella casa que su padre no había podido tomar posesión, algo había pasado y los papeles de la sucesión prácticamente tardaron un siglo. La casa había sido construida por  Don Carlos Echavarría, quien era el padre del bisabuelo de Ana. Ella no sabía bien qué lazo familiar los unía, pero era la única heredera de esa casa en condiciones de heredarla. 

Ana decidió llegar a la casa mucho más temprano que el camión que había contratado para que moviera las pocas cosas que tenía en su departamento a su nuevo hogar. Había decidido mudarse allí desde el momento en que tuvo en sus manos la escritura que la hacía propietaria. Si bien sabia que se alejaba bastante del centro, se contentó con la idea de que, pese a que tantas veces tuvo la idea de vender su coche, nunca lo había hecho, así que no la separaba más que media hora o un poquito más de la universidad y del trabajo.

La casa pintaba una imagen espantosa a simple vista, un frente de piedra, con amplios ventanales enrejados, el pasto había ganado terreno sobre lo que parecía ser un camino de cemento que conducía desde el gran portón que daba a la calle hasta la puerta del frente, una enredadera había hecho lo suyo con las paredes y los postigones que cubrían las aberturas parecían podridos al extremo. Suspiró y pensó que había sido una buena decisión tomarse las vacaciones por adelantado, no contaba con mucha plata para poder invertir en la casa y muchas cosas debería hacerlas ella. La enorme puerta de madera de la entrada hizo muchísimo ruido cuando Ana la empujo, y el piso de mármol blanco que cubría el camino de zaguán contaba con una cantidad de manchas inimaginables. La siguiente puerta fue la más trabajosa de abrir, la que comunicaba el zaguán a la casa propiamente dicha, los vidrios estaban tapados con unas cortinas que en sus buenos tiempos supieron ser blancas, ahora eran amarillas y solo tiras. La casa estructuralmente estaba en buenas condiciones, le sorprendía que no hubiera olor a encierro, ni a humedad, pensó que el jardín, el amplio jardín de la casa ahora devenido en una especie de jungla había logrado con algunas flores repeler casi todo tipo de aromas. De una mirada recorrió la gran sala, unos pocos muebles que no eran más que madera ahora, las baldosas del piso estaban casi perfectas debajo de una capa de tierra sobre la cual Ana dibujo unas líneas con la punta de sus zapatillas, las paredes tenían algunos cuadros familiares, en realidad de esa familia que ella no conocía y de la cual sabia muy poco. La leyenda familiar contaba que el dueño de la casa había ido a Colonia a hacer unos negocios y nunca más habían sabido de él, así la propiedad había entrado en un ir y venir de papeleos legales hasta llegar finalmente a ella.

La mudanza constaba realmente de muy pocas cosas, unas 6 o 5 cajas, la cama, la heladera, una cocina y un ropero. Los hombres del camión acomodaron todo. Bueno, no lo acomodaron, lo descargaron y nada más, en la sala. A medida que oscurecía, Ana se convencía mucho menos de pasar su primera noche en la casa, pensaba en la cantidad de bichos que podía haber allí, y dudaba de las condiciones del techo, además desconfiaba completamente de aquellos cables que no tenía idea de cómo habían llegado ahí y que deberían proporcionar electricidad, busco su bolso entre las cajas y llamó a Natalia, su mejor amiga, para avisarle que iría a dormir a su casa. Ana había terminado el contrato de alquiler de su departamento, así que no tenía muchas más opciones, mañana y con la luz del sol emprendería la tarea limpieza y fumigación. Busco las llaves dentro de su cartera, y salió.

Eran las 8 de la mañana cuando volvió  a la vieja casona, había pasado el día anterior por un supermercado así que se dispuso a descargar todo lo que había comprado para limpiar del baúl, a las 10 llegaría el electricista, había arreglado con Natalia de volver a ir a dormir a su casa siempre y cuando no lograra poner al menos una habitación en condiciones. Decidió comenzar por un cuarto, en el cual vacio casi dos aerosoles de insecticida antes de cerrar la puerta y correr a la sala. El plan era esperar que el veneno hiciera efecto en la habitación, mientras ella podía ir descolgando cuadros viejos y cortinados de la sala mientras esperaba al técnico para que pudiera instalar la luz, así que comenzó, las telas de las ventanas que daban a la calle cayeron en una gran bolsa de basura inundando de polvo todo. Para las 11 y 30, cuando llegó el electricista, la sala tenía los techos plumereados y el piso barrido. Habló unas pocas palabras con el hombre y lo dejó hacer su trabajo, mientras se dispuso a hacer lo mismo que en la sala con la habitación. Allí se demoro mucho más, quería poder dormir en su “nueva” casa esa noche, por lo tanto quería estar más que segura que todo estaría en habitables condiciones, por así decirlo. Todavía quedaba pintar, reemplazar los cortinados…vamos, convertir aquello en una casa.

Para las 5 de la tarde la sala, el baño (al cual casi no se había atrevido a entrar), la cocina y dos de las tres habitaciones tenían felizmente luz eléctrica. Quería abrazar a aquel hombre que se fue con la promesa de terminar con lo que faltaba el día siguiente. Ana se sintió feliz, todo marchaba más que bien y finalmente había decidido pasar la noche allí. Con una mirada recorrió la sala, pero algo le detuvo la mirada; las viejas paredes se encontraban intactas, algunas pocas manchas, pero se mantenían sin siquiera una pequeña mancha de humedad, pero la pared del fondo, justo donde había estado colgado el retrato de Don Carlos durante tanto tiempo, tenía algo. No llegaba a ver bien desde donde estaba, así que se acerco, y allí lo vio, era un agujero, del tamaño de una moneda de 10 centavos, pensó que podría ver la cocina desde la sala y sonrió pensando en que podría espiar a sus amigos cuando los invitara a comer, ellos estarían en la sala y ella podría ver que hacían desde la cocina. Posó sus manos a los lados del pequeño agujero y se inclinó, con un ojo cerrado y otro abierto, para ver hacia la cocina, y se sorprendió al momento en que se dio cuenta que esa no era la cocina que estaba del otro lado de la pared. Bueno, sí era la misma, pero diferente, era una cocina nueva recién construida, con el gran horno de hierro que aún conservaba su brillante color, con una mesa de madera muy grande y unas cuantas sillas. Pensó que sería su cansancio, pero salió expelida y cayó al piso en el momento que una persona completamente desconocida para ella cruzo la cocina. Sentada en el piso, a causa del impulso que tomó para alejarse de la pared, se refregó los ojos una y otra vez, volvió a pensar que era el cansancio y decidió continuar con sus tareas de limpieza, estaba verdaderamente cansada. No podía evitar dejar de pensar en la imagen, la cocina había sido cruzada por aquella joven mujer de extrañas vestimentas, un vestido largo y algo entallado, pero con una importante falda y aquel sombrero, parecía verdaderamente alguien del pasado. Continuó limpiando pero sin dejar de poder mirar casi todo el tiempo hacia aquella pared. La noche la sorprendió, por lo que rendida se tiro en la cama y se durmió.

A las 9 de la mañana la despertaron golpes en la puerta. El electricista había vuelto. Le abrió, y mientras el hombre entraba en la sala, Ana le pregunto: - Antonio, ¿con que puedo tapar ese agujero de la pared de enfrente? Atraviesa toda la pared. El hombre, sin darle demasiada importancia, sugirió un poco de enduído  a pesar de no dirigir la mirada al muro. El hombre terminó mucho más temprano ese día, Ana le pagó por el trabajo de las dos jornadas, y por primera vez sintió hambre. Salió de la casa y fue hasta un pequeño almacén que había a una cuadra. Compró un poco de fiambre, pan y una gaseosa. Cuando volvió a la casa se rió al darse cuenta que no tenia mesa, así que se sentó en el piso y comió un poco. No pudo resistir la tentación y, con la panza llena, volvió a acercarse a la pared. Se detuvo unos minutos frente al agujero hasta que de golpe tomó coraje y volvió a mirar, esta vez mentalizada que no se asustaría viera lo que viera; si bien el susto había sido grande, la curiosidad también lo era. Respiró hondo y repitiendo la operación del día anterior, pego su cara al muro y comenzó a mirar…otra vez la misma cocina, su cocina, pero sin serlo y otra vez de golpe aquella joven mujer, esta vez sentada a una antigua mesa de madera, llorando, otra mujer vestida con ropas mucho más baratas la consolaba poniéndole una mano en el hombro y haciéndole unas tiernas caricias sobre la cabeza… Ana no podía contener su agitación, pero algo la mantenía pegada allí. Esta vez era diferente, no solo veía sino que también oía, la joven que lloraba se llamaba Martina, y la dama que la consolaba continuamente le daba palabras de aliento. La joven se paró. Ana había escuchado pasos pero su rango de visión era muy corto, continuamente se repetía que debía mantener la calma, respiraba mas y mas profundo, sentía en temblequeo en las piernas y en los brazos, pero una vez más algo la mantenía pegada allí. Los pasos pertenecían a un hombre, no pudo contenerse y gritó al reconocerlo; era Carlos Echavarría, el antiguo propietario de la casa. Una vez más, Ana se encontró sentada en el piso producto de la caída al momento de alejarse de la pared. 

Ana pensó que no podía continuar con eso, pensó que finalmente estaba volviéndose loca, tenía miedo, mucho miedo. Pensó en dejar la casa, volver a cerrarla y tratar de venderla, pero algo había que la impulsaba a quedarse, algo la mantenía a querer seguir mirando a pesar de su miedo. Comprendió que esa gente eran los antiguos habitantes de la casa y que algo había pasado, comenzó a tranquilizarse pensando que tal vez ella podría descubrir qué había pasado con el dueño original, pensó que era una especie de mensaje, se sintió agotada, completamente, se incorporó y decidió salir a caminar un rato, la casa ya estaba limpia y ella necesitaba despejarse. Tomó su bolso, puso dentro los cigarrillos a la vez que sacaba uno para prenderlo y salió.

La noche había caído cuando Ana volvió a la casa decidida de una vez a quedarse, esa era su casa. Miraría solo una vez más por el agujero y luego lo taparía, ya estaba decidido. Dejo su bolso en el piso, y se dispuso a mirar. La imagen se repetía, en realidad no la imagen sino el decorado, esta vez sentado a la mesa se encontraba don Carlos con un joven varón, Ana pensó que era un joven atractivo, comenzó a escuchar que hablaban de unos campos en Colonia, y pensó que por fin podría atar algunos cabos, por lo que se intereso mucho mas por lo que veía y escuchaba, escucho que los hombres nombraban a aquella joven que había visto esa misma tarde llorando, varias veces hablaron de Martina, y sobre cómo se podría resolver el casamiento que haría propietario a Don Carlos de aquellos campos en Uruguay. Así fue como Ana entendió que la joven también guardaba alguna relación familiar con ella, puesto que el antiguo dueño de la casa era su padre. Los hombres continuaron hablando por un buen rato, el cansancio se había apoderado de Ana, que cayó dormida junto a la pared. Sobresaltada como quien olvida algo, se despertó a la mitad de la noche, se incorporó y volvió a mirar por el agujero, Martina apareció por una puerta, (una puerta que por lo poco que Ana lograba ver comunicaba con el jardín, tal como lo hacia la puerta de la cocina actualmente). La muchacha llevaba una vela en su mano y no cerró la puerta por completo. Un minuto después atravesó la puerta un joven con ropas humildes, que tomó a Martina por la cintura y la besó apasionadamente. Ana se sorprendió, nada tenía que ver este nuevo joven con el que Don Carlos había hablado a la tarde. Los jóvenes continuaron besándose, pero Martina no podía contener su angustia, sollozaba constantemente, el joven la apartó por un momento y comenzó a hablar sobre escapar, sobre unos familiares que él tenía cerca de La Pampa, que allí serian bien recibidos. Hablaba sobre cómo podrían instalarse allí, sobre conseguir trabajo en alguna de las grandes estancias de la zona. Pintaba una vida feliz para Martina, que no lograba manejar su angustia. El joven la besó nuevamente, y Ana no lograba comprender por qué la angustia de la joven calaba tan profundo en ella, era como si la compartiera. Ana no lograba quitar su mirada, no pudo hacerlo incluso cuando los jóvenes consumaron su amor sobre aquella misma mesa que ya se había transformado en protagonista de todas estas historias.

A la mañana siguiente Martina se encontraba desayunando cuando su padre hizo su entrada a la cocina, miró a su hija y le comunicó con voz seca que el casamiento con Federico Anchorena, hijo del mayor ganadero de la zona, había sido ya fechado. Martina no alejó su mirada en ningún momento de la taza y la mesa; el padre dio el comunicado y se marcho sin decir nada más. La joven, cuando se aseguró que su padre se había alejado lo suficiente, rompió en llanto. Una vez más, la mujer de baratas ropas la consoló. 

Ana comprendió de golpe todo. Martina, enamorada de otro hombre, debía casarse por el interés de su padre con alguien a quien no amaba. Se alejó de la pared por primera vez en horas y horas, prendió un cigarrillo y comenzó a llorar.

Cuando se tranquilizó volvió a mirar. La alteró sobremanera cómo todo se había oscurecido. No se había dado cuenta que la noche había caído, la puerta se abrió lentamente y pensó que la historia de la noche anterior se repetiría, pero para su sorpresa quien apareció fue Carlos, que prendió el candelero, tomó un trapo que estaba sobre la cocina y envolvió en él un revolver. Luego tomó el paquete que él mismo había hecho, apagó la luz y se marchó. Ana estaba sumamente sobresaltada, nada pasaba ahora en la antigua cocina, prendió un cigarrillo tras otro, caminó como loca por toda la sala, esperaba algún movimiento, ¿qué hacia aquel hombre con un revolver? ¿Por qué Martina no aparecía en escena? ¿Que había pasado? 

Muy temprano, por la mañana, la mujer que consolaba días anteriores a Martina preparaba el desayuno. Un hombre entró a la cocina y habló con la mujer, algo le dijo de un tal Pedro, muerto cerca de la tranquera de la parte de atrás de la casa, muerto de un balazo y sobre la necesidad de hablar con el patrón ya que debían buscar un nuevo peón. La mujer se hizo para atrás como horrorizada, no podía creer la noticia que este hombre, totalmente desconocido para Ana, le estaba dando. Ana no entendía nada….Martina irrumpió en la cocina, miro a la mujer, miro al hombre, y ante las caras que ambos tenían, comenzó a indagarlos, hasta que la mujer mayor soltó solo tres palabras,       

- Mataron a Pedro.

Martina lanzó un grito desgarrador al tiempo que caía de rodillas, presa del llanto más angustioso que Ana hubiera oído alguna vez. Ana lloro con ella.

No pudo despegarse de la pared durante días. Ana no comía, no se bañaba, los cigarrillos se habían acabado, no atendía su celular que había sonado varias veces, no podía alejar su mirada, la casa continuaba con su ritmo, gente iba y venía, Martina continuaba llorando, Carlos evitaba a su hija constantemente, las noches eran silenciosas y la cocina moría después de la cena. Una mañana fue muy diferente, Martina fijo la vista en dirección al agujero durante varios minutos, la mujer mayor se acerco a la joven, la beso en la cabeza y le comunico que debía vestirse, Ana entendió por las palabras de las mujeres que era el día de la boda. El cansancio se apodero de ella, poco a poco, se deslizo por la pared y una vez más se quedo dormida en el piso.

Cuando despertó se sintió rara. No estaba en la sala de la antigua casa, era una habitación amplia, blanca, y estaba recostada sobre una suave cama. Abrió los ojos de a poco, había mucha luz. Ana había pasado los últimos días, las últimas semanas, a oscuras en aquella sala, perdida en lo que lograba divisar por aquel agujero. Le costaba enfocar la vista en aquella habitación llena de luz. Una voz conocida la tranquilizó; vio una figura que se acercaba a ella y se sentaba a los pies de la cama, tapando la luz que provenía de las ventanas. Ana se sobresaltó y se golpeó contra la pared de la cabecera de la cama: ante ella, en carne y hueso, más real que nadie, estaba Martina, quien la abrazo y, para aumentar el shock de Ana, dijo: -Tenía miedo que no llegarás nunca, no iba a poder continuar el casamiento si no estabas cerca mío. Gracias. 

Ana estaba paralizada. Miraba para todos lados como un animal encerrado, no conocía el lugar, no sabía cómo había llegado allí, pero algo internamente la hacía sentirse familiar con ese ámbito. Martina le indicó una silla sobre la cual había un pomposo vestido. Era para Ana, quien se incorporó y fue a buscarlo. La joven futura novia, mirándola, le comunicó que debía estar lista enseguida, por favor, ya que la ceremonia comenzaría en unos pocos minutos. Ana la abrazó. “Ya estoy aquí”, susurró, y Martina le devolvió una sonrisa, al tiempo que salía de la habitación y Ana se disponía a cambiarse.








Mariana

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