Cuántas taras nos persiguen. Cuántos
problemas inexistentes nos regalamos por no hacernos cargo de algo que
realmente somos o queremos, por piolines inexistentes de ataduras imaginarias
que nos agarran, nos aprietan, nos censuran, nos tapan la boca con las dos
manos para que no gritemos nuestra verdad, nuestra forma de ser, y nos mentimos
todos los putos días de la vida con que queremos cosas que en realidad no
queremos ni en pedo, hasta incluso que ni siquiera nos calientan, cuando lo que
realmente queremos es lo más simple.
Pero claro, conlleva el hecho de
hacerse cargo. Y no parece ser empresa sencilla.
Este pequeño prólogo es una forma de
derivar los hechos hacia el terreno en el cual me permita contarles, quizás por
vez primera y única, una infidencia personal. Dejé de fumar. No es algo que me resulte poca
noticia, fumo desde muy chico y nunca paré hasta el día de hoy, de hecho creo
que puedo recordar los días enteros que no he fumado y han sido muy pocos en
estos más de 15 años. Sinceramente no sé si será definitivo o será un impasse,
no lo sé y tampoco me interesa saberlo. El tema es que dejé de fumar. Dejé.
Corté. No hice tratamientos, no me mentalicé, no discutí con nadie, ni siquiera
conmigo. No me cuesta dormirme, no transpiro, no me hice acupuntura, no me
tragué un vaso con ceniza, no necesité nada más que querer hacerlo. Y esto lo
escribo y aparenta ser una ostentación, pareciera ser la palabra de un ser
superior, alguien que tiene los secretos de la vida, que la tiene muy grande,
como diría gente que admiro, “La última Coca-Cola del desierto”. Pero no.
Quiero que hablemos de una teoría.
Estos días me sirvieron mucho para
pensar. Me di cuenta también gracias a una oportuna charla, que la ausencia del
cigarrillo le había regalado nuevas horas a mi vida. Todos esos momentos vacíos
que uno llenaba con el cigarrillo se manifestaron, en su ausencia, más vacíos
que nunca. Esperas de colectivo, café en la PC, el tiempo de carga de un video
en Youtube o hasta incluso las de liberación corporal. Todos esos momentos
ahora se juntan, se amontonan en el día, y es menester encontrar con qué
llenarlos, ya que el cigarrillo ha dejado de ser una opción. Y pensar se
transforma rápidamente en un reemplazo válido; cuando se termina una etapa, no
está mal analizar pros y contras.
A lo largo de todos estos años sostuve,
cuando alguien me planteaba que quería dejar de fumar, que yo no tenía ese
problema; yo de hecho disfrutaba hacerlo y no imaginaba muchas situaciones de
la vida cotidiana sin un cigarrillo, y ni siquiera pensaba en dejarlo.
Muy pocas veces, no más de dos, alguien
me manifestó que coincidía conmigo. Todo el resto mantenía, con mayor o menor
vehemencia, el hecho de querer dejar y no poder. Escuché historias terribles,
intentos fallidos, desagradables anécdotas familiares, cálculos con sumas a
largo plazo creando proyecciones económicas del estilo “A esta altura con la
guita que gasté en fasos me hubiera comprado un Gol” y hasta detalles físicos con precisión
científica de los cambios corporales que conlleva el hecho de abandonar el
vicio. Y me lo decían fumando.
Y es hora que lo sepan. Son unos
caretas. Todos ustedes. Háganse cargo, putos, de una vez por todas.
La gran verdad es que no quieren dejar.
No quieren dejar de fumar, no tienen ganas de dejar. Tampoco quiero poner todo
en los fumadores. Apunto a muchas cosas. Apunto al flaco que quiere tener el
pelo largo, como lo tenía a los 15, pero se lo cortó a los 24 porque era
políticamente correcto. Apunto a la flaca que se muere por comprar una remera
de 47 Street pero no quiere sentir que está llevando puesto algo que “es de
nena” y dice que esa etapa de vestimenta ha sido superada. Apunto al que tiene
la guitarra arrumbada en el ropero y la mira con tristeza. Apunto al que va a
bailar sólo para sacarse la foto con el logo del boliche como hacen las
modelos, pero adentro se siente sapo de otro pozo. Apunto al que no le hace
babucha a la novia por la calle, al que ya no sale sin paraguas.
Creo que pareciera que hablo de gente
joven, de mi edad. No, estas censuras nos las fabricamos constantemente.
Ustedes notaron que las mujeres, llegada determinada edad, se cortan el pelo
bien cortito? Y generalmente la excusa es “Ya no estoy en edad para tenerlo
largo”. Señora, usted quiere tenerlo largo y algún dogma pelotudo le metió en
la cabeza que si tiene más de 60 tiene que ponerse una pollera azul oscura,
zapatos simil monja y el recontraputo saquito de lana, que no sé de dónde
carajo los sacan porque no veo una sóla casa que venda ropa para viejas, pero
todas se visten igual.
Debe haber un negocio que no conozco,
un “Geronte’s”, algo así.
Señores por favor háganse cargo. La
vida está llena de hermosísimas pelotudeces que queremos hacer y no hacemos, o
que no queremos dejar de hacer pero decimos exactamente lo contrario.
Cuéntenme, cuál es la historia, quién ha decidido hace años que fumar está mal?
Mientras trate de no joder a los demás y se preocupe por eso, si quiere fumar,
señor, FUME. Pero hágase cargo. Si quiere ir a la popular y cantar hasta perder
la voz hágalo, se lo ruego. No vaya a la platea, o peor aún, verlo por la tele
porque “ya no estoy para esas cosas”. Señora, no vea esos dvd’s, cierre
Youtube, tómese un bondi y vaya a ver a la banda o solista que le gusta.
Escriba, señora, pinte, toque el piano. Póngase una musculosa fucsia si le
gusta y que le chupe seis pelotas si sus axilas no son lo que eran a los 20.
Vaya, disfrute de ir a la plaza.
Ahora que me digo plaza me acuerdo:
Hace años tengo ganas de juntar a amigos míos de mi edad, que esa gente traiga
otra gente, y ser, no sé, quince, dieciséis personas, y jugar una escondida,
una mancha. Todos nosotros, treintones con poco aire, y si hacemos una escondida?
Quiero 4, 5 amigos de la infancia y una pelota. Hagamos un 25, por dios! Por patada en el orto, obviamente. Vayamos a comprar al kiosco unas Yapa, unas Punch. Cómo? Claro que todavía existen! Cómo no van a existir! Sos vos el que se alejó, ellas estuvieron siempre! Alquilar una cancha de Paddle y hacer un quemado. Por qué no? Por qué no juntarnos quizás una vez a jugar al Mario en vez de el torneo de PES en la play? Por qué no ese tatuaje, por qué no ese arito?
Quiero 4, 5 amigos de la infancia y una pelota. Hagamos un 25, por dios! Por patada en el orto, obviamente. Vayamos a comprar al kiosco unas Yapa, unas Punch. Cómo? Claro que todavía existen! Cómo no van a existir! Sos vos el que se alejó, ellas estuvieron siempre! Alquilar una cancha de Paddle y hacer un quemado. Por qué no? Por qué no juntarnos quizás una vez a jugar al Mario en vez de el torneo de PES en la play? Por qué no ese tatuaje, por qué no ese arito?
Y comprate las All Star, pelotudo, si
te encantan. Y andá a la popu a alentar al equipo, tu lugar siempre estuvo y
eso en la cancha se respeta. Andá a ver ese show, en vivo suenan bárbaro.
Tratá, una puta vez en tu vida, de hacer algo que quieras vos, y dejá de
permitir que los dogmas, la tele, la radio, Facebook, los diarios, el
carnicero, la señora de la esquina, el señor ministro, el cura de la iglesia,
papá, mamá, tu marido, tu esposo o el prospecto de la Adermicina te indiquen la
vida que tenés que seguir.
Y te aclaro: Me importa tres carajos
que te parezca que este texto sea del cagatachos de Claudio María Domínguez o
del pelotudo de Ari Paluch, porque hasta en eso trato de emplear el hecho de
hacer lo que se me cante, y seguramente si pensás eso es porque tampoco te
permitís disfrutar de leer algo que no sea la página que te da órdenes, y te
estarás preguntando qué hacés acá, en el blog de dos boludos que juegan a ser
escritores, perdiendo tiempo en estas letras que se te van clavando bien bien
despacito en la garganta para
acompañarte por un buen tiempo, hasta que te mueras o hasta que te crezcan
huevos que sean un poco más grandes de los que tenés.
Fer.
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