Si algo tiene de divertido la sociedad tilinga es el balance de
fin de año. Se sientan un día entre navidad y año nuevo (no antes, están las
decenas de despedidas de año, cenas al pedo que arrancan terminando noviembre),
se ponen a hacer memoria, y terminan llorando siempre, sin importar que haya o
no una buena razón.
Sepa, lector, quienes esto escriben no necesitan llegar a fin de
año. El balance es constante, el análisis es eterno e inevitable. Pero, eso sí,
no siempre es tan cierto como parece.
No son pocas veces las que descubro que mis recuerdos tienen
ciertas variaciones. Soy un tipo de buena memoria en general, de excelente
memoria para las pelotudeces, pero aún así suelen asaltarme determinados
arrebatos de duda, momentos que no sé si perfeccionan lo vivido o lo empeoran,
pero seguro lo modifican. Estaba Jorge, estaba Pedro, el perro daba vueltas, la
radio prendida y el asado en la parrilla. Ahora, ese gol que sale de la radio y
ese sol radiante, ese vino delicioso…eran tan así? Era delicioso el vino o era
buena la situación y yo la fuerzo para hacerla perfecta? Había un gol o era un
detalle que idealiza una situación? El asado no se arrebató? Quizás sí, pero si
recuerdo estoy ensuciando algo que quiero mantener como perfecto…y corro el
riesgo de incluso años después terminar discutiendo porque alguien me dice “Te
acordás esa tarde cómo se le pasó el vacío a Pedro?” y yo lo niego
rotundamente. Cagué. Me creí mi escenario alternativo y encima quedé en offside
delante de un tercero y delante mío.
Esa manipulación de los recuerdos es la que, pienso hoy, hace que
uno pueda justificar que ayer era más feliz que hoy, de la misma estúpida forma
que en unos años pensaré que este texto que hoy escribo es una maravilla de
“aquellos años en los que tenía una chispa tremenda” cuando sé perfectamente
que esto dista largamente de ser bueno. La manipulación de los recuerdos, si lo
que quieren es una definición ambiciosa, no es más que la omisión de la
objetividad con una pizca de imaginación. En la inteligencia de cada uno,
claro, queda el octanaje de imaginación a agregar. El que carece de luces, está
más que claro, recordará chilenas inexistentes y haber visto en vivo a V8. Bah,
haber sido plomo de V8…qué tanto. Uno, más humilde o quizás consciente del
lugar que ocupa, se conformará quizás con recordar esa tarde en la que no nos
salió una, y agregándole una palmada en el hombro que no existió sólo para
tener un poco de autocompasión. Más que eso nos daría vergüenza.
El arte es tan, pero tan asquerosamente bueno, que poniendo un
poco de esfuerzo y escuchando mediocres de esos que siempre tenemos satelitando
alrededor, en 25 minutos hasta te extraño la década de Carlos Saúl.
También hay un punto clave que es el contexto. Por caso, me
remonto a varios años atrás para poder ejemplificarlo, pienso en la madrugada,
en escuchar a Dolina…era realmente maravilloso el Negro en esa época? O yo en
realidad estaba crudo y tan abierto a nuevos conocimientos y nuevos escenarios
que me parecía maravilloso todo lo que escuchaba? Era realmente mi preceptora
alguien merecedora de afecto, se justifica que la extrañe, o es realmente la
boluda a cuerda que yo pensaba a los 16 y hoy que estoy más contemplativo y
nostálgico la recuerdo con un cariño prefabricado? Fue tan bueno el show de
Kiss que ví en River el 14 de marzo del '97? No eran cuatro viejos que le
pifiaban a las cuerdas y a mí me voló la cabeza el escenario, la noche, los
papelitos volando? Por qué me acuerdo que abrí la boca extasiado cuando Ace
Frehley termina su solo y la guitarra sale volando de su hombro hacia el aire
dejando una estela de humo, si en realidad lo que pasó es que durante su solo
no le pegó a una nota de casualidad, que el efecto era pedorrísimo y que el
humo lo que hacía era tratar de tapar los piolines y encima no lo lograba? O
ahora estoy demasiado objetivo y como sé que Frehley es un desastre le agrego
pifies al recuerdo para empeorarlo? Manipularlo es siempre para hacerlo mejor o
también podemos ir en detrimento del recuerdo?
Pensaba mientras escribía esto…sé perfectamente que muchas cosas
que yo veía como maravillosas las tiño de nostalgia al pedo porque la gran
verdad es que me hicieron crecer pero desde el azote. Creo que lo vivido fue
maravilloso, creo que me hizo crecer desde el disfrute, cuando en realidad lo
estoy manipulando para chamuyarme que esa maravilla con la que aprendí cuando
fue presente en realidad no me enseñó nada porque yo mismo no estaba abierto a
aprender sino a disfrutar, y lo que en realidad pasó fue que pude absorber de
eso cuando fue pasado, cuando el sopapo fue presente, cuando el azote borró con
el codo todo lo anterior. Así se aprende, del bife, del palo contra la pared,
pero no, uno agarra y mueve las fichas para creer que lo que nos enseñó fue la
sonrisa y no la ignorancia, la plaza con el olor a pasto y no la noche eterna
de monólogo de almohada.
Quizás haya llegado la hora de hacerse cargo, de respirar hondo, de reconocer la propia miseria, y de darnos cuenta que seguramente si tenemos otro mazo en el bolsillo podamos cambiar esa sota, el cuatro y el caballo por el siete y el ancho de espadas y un 3 que siempre garpa, ganar la mano, y hasta incluso dentro de dos meses decir que el 3 era el ancho de bastos. Quizás liguemos una felicitación y nos acostemos a dormir esperando que toque otra de esas manos pronto.
Pero va a ser mentira. Y tu
almohada lo sabe.
Fer
No hay comentarios:
Publicar un comentario