viernes, 20 de abril de 2012

Dialéctica al pedo


Buenas tardes.

                 Para empezar, esta semana quisiera pedirles a todos que antes de seguir leyendo, dirijan el puntero de su mouse hacia el ángulo superior derecho de la pantalla. Encontrarán una cruz. Hagan click en ella ahora.

                Bien, ahora que nos libramos fácilmente de los pelotudos de los que hablábamos la semana anterior, pasemos al tema que nos compete hoy; la dialéctica al pedo.

                Hablemos del blog en particular: Haciendo un poco de historia, y  oficiando en cierta forma de anfitrión, puedo contarles brevemente  que es un…no quisiera llamarlo proyecto, quizás puede definirse mejor como “berretín” entre dos amigos. La política es que ambos tiramos tópicos que se nos hayan ocurrido durante la semana, se elige uno, y sobre ese tópico (que puede ser cualquier cosa, desde una frase hasta una sóla palabra, o un nombre propio) cada uno escribe un texto sin ningún tipo de previa censura acerca de contenidos, vocabularios, formas e incluso contenidos: se toma al tópico como disparador, y desde ahí las únicas limitaciones son las lógicas: la comunicación entre el cerebro y los dedos que esto redactan.

                Ahora bien, adentrándonos en lo que nos ocupa e hilando fino, la dialéctica al pedo ha sido utilizada a lo largo de los años con diversos fines, casi siempre obteniendo el resultado deseado. Es, quizás, la forma más válida de hacer cagadas sin que sea tan evidente a ojos de la mayoría.  Es cuestión indispensable, está claro, que el auditorio que escucha esa dialéctica sea gente con pocas luces o, como mínimo, menos luces que quien diserta.

                Cada discurso, cada anuncio, cada vez que a uno le informan algo que ya está preestablecido haciéndole creer exitosamente que en realidad lo está eligiendo, se está  empleando esta estrategia, que aparentemente sirve tanto en escenarios políticos, de pareja o incluso en el deporte. En realidad todo el tiempo estamos siendo testigos de ejemplos de dialéctica al pedo, y muchas veces también lo estamos practicando. Cada venta, cada compra, cada explicación de lo inexplicable es dialéctica al pedo, y esa misma dialéctica al pedo la vamos mamando desde niños.

                Se muere un familiar, el almacenero, quien sea. Desde chiquitos nos acostumbraron al “No somos nada”, “Hay que disfrutar día a día”, “Dios dispone”, “Quizás es mejor así”, y así como escuchamos vamos repitiendo esos mantras inútiles creyéndonos que seguramente estamos diciendo un pensamiento profundo, creyendo ciegamente que seguramente estamos aliviando el dolor ajeno. No, no, peor aún, creyendo que podemos explicar la muerte.

                La muerte no es la única cosa que podemos explicar; también la esperanza, el amor, el desamor; tenemos una tendencia inequívoca a explicar lo inexplicable, a colocar sentimientos en palabras, a enfrascarnos en la tarea imposible, y acá viene una gran mancha para terminar de ensuciar a ese leopardo: hay una competencia ciega y feroz entre las personas que manejan más vocabulario por encontrar la mejor explicación, la mejor excusa, la más grandilocuente, para que el pelotudo se impresione, se vuelva a la casa pensando “Carajo…Fer me acaba de explicar lo que es el amor” y automáticamente cree en Facebook una frase y se llene de “me gusta” de chicas sin novio con problemas de acné, Arjona en el Winamp y el desodorante siempre a mano.

                El ejemplo antes citado es a bajo nivel, claro. Es dialéctica al pedo barrial, de cabotaje, la de ganar una pelotudez sin sentido, la de justificar una llegada tarde con una excusa traída de los pelos pero aún convincente e irrefutable, la de ganar la discusión a la pareja, la de dejar al familiar con la boca abierta por haberlo descubierto en un renuncio, por haber vendido una hipocresía a un precio bajísimo. Ese placer efímero del cigarrillo de “Te cerré el orto”, tan vacío, ese que el perdedor cuando ya se ve acorralado lanza un “Está bien, si querés tener la razón, listo; TENÉS RAZÓN, RICARDO” sabiendo que ya está, que en la guerra dialéctica cayó derrotado, vencido, agobiado por esas palabras, puta, cuántas de esas ni entendí, creo que eso es lo que peor me hizo, porque bueno, no tener razón, qué se yo, pero no sé si la tengo porque no entiendo qué carajo me dice, puta, y eso que mamá me compró el “Platero y Yo”, “Mi planta de Naranja – Lima” y yo como una pelotuda mirando los Halcones Galácticos, y éste gilastro me ensarta con esas palabras granlido…grand…grl…bueno, eso, mierda, palabras difíciles, siempre lo mismo.

                Como les decía, a niveles de cabotaje no está mal, pero uno llega a un buen nivel de dialéctica al pedo de grande y con solvencia. Lo bueno viene cuando desde chiquito comienzan esos primeros indicios, ese embarullamiento (valga el término) de palabras que comienzan confundiendo primero a mamá (si tiene pocas luces pronto le dirá a sus amistades que es un chico inteligentísimo…pero no, por ahí es un boludo, el tema es que no lo entiende), luego a la seño de jardín, colocándose diametralmente en el lado opuesto del que soluciona todo partiéndote un bloque azul en el medio del balero, luego a la seño de primaria (gana muchas de pico y te deja en offside más de una vez pero suele ligarse varios churrascos…se los aseguro), luego a los profesores de secundaria (suele aprobar muchas materias sin entender una puta palabra, gambetear largas horas en preceptoría y adquiriendo una gran destreza para cebar mate y jugar al truco) y finalmente, llegar a la universidad o facultad dejando un tendal de profesores, minitas, maestros y títulos en el piso, enamorados, recordándolo de por vida, una madre embelesada por los logros (aunque no puede decir exactamente cuáles son) y un padre que, si tiene la billetera MUY gorda, encontró finalmente a su sucesor, este hecho en sí resulta tan grande que no importan los medios utilizados para ese fin. Apareció el sucesor; no importa cómo ni debería importar tampoco.

                Así, el Gran Cultor de la Dialéctica al Pedo llega al gran objetivo; que el fin ya no importe. Que el hecho, sea cual fuere, resulte anecdótico. Él es absolutamente inimputable, y gracias a su maravilloso poder dialéctico ha logrado la inimputabilidad de la que goza el enamorado, el idealizado. ¿A qué llega? A tener poder. Y, con el poder en la mano y el tendal de embelesados detrás suyo, sabe de antemano que tiene un gran piso de tiempo, tiene un crédito abierto para hacer miles de cagadas, sabiéndose defendido por muchísima gente que carece de la objetividad para analizarlo.


                Esas cagadas muy probablemente sean enormes, inmensas, carísimas…puede ser un Metrobús, poner a Clemente Rodríguez por derecha, una picadura de avispa, no editar un disco desde el 2006 pero ser tapa de revistas e invitado de Beto Casella, volverte en primera ronda de una patada en el culo, declarar que jugás gratis para pasarte meses roto y aparecer al momento de levantar la copa y ser tapa de diarios…vivimos en un país en el que ejemplos sobran; cualquier cosa que implique el poder utilizado para no hacer nunca nada que justifique tenerlo, y aún así ser sobreseído de toda crítica por tener para cada una de esas cosas una explicación larga, intrincada, complicada, y carente por completo de contenido.

                Y muchas veces, muchas, no sólo es uno el que colabora para que el otro tenga el poder; también es quien le paga un sueldo por tenerlo.

Créame.



Fer

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